viernes, 21 de diciembre de 2012

PALABRA EN EL AIRE



LA FÁBULA

Alocución dada por Guillermo Delgado en la Universidad Particular Antenor Orrego en Trujillo,  Setiembre de 1992


Cuando los jóvenes que están trazando sus primeros versos o dibujando sus primeras líneas en prosa, no sin cierta inseguridad o temor, se me acercan y me interrogan a qué edad comencé a escribir, les contesto que mi primeros intentos datan de mis lecturas de las fábulas de Esopo.  Siempre sentí un gran amor por los animales; el verlos tan indefensos quebraba un corazón y derramaba mi ternura en ellos.  Aún hoy, cuando algún perro perdido se me cruza por la calle con sus costillas visibles por la desnutrición, siento una gran amargura que me acompaña durante varios días.  Si Esopo podía hacer que los animales hablaran yo también lo intentaría.  Fu así como a los siete años en un voluminoso cuaderno fui acumulando historias de animales acompañadas de cromos de colores de un álbum llamado Naturama.  No fue mi libro en sí, pero sí un indicio de que en mi interior había una necesidad de expresar lo que sentía.  Desde niño sentí una necesidad imperiosa de soledad, de vivir conmigo mismo, dejando de lado los juegos propios de mi edad porque me resultaban tediosos y aburridos.  En los libros encontré un mundo interesante que me apasionaba, porque estimulaba mi fantasía y enriquecía mi vida interior, sobre todo Esopo, cuya lectura era obligatoria en la escuela primaria.  De allí mi amor apasionado por este género que me ha llevado a escribir mas de setecientas fábulas; no todas originales por cierto, pues hay muchas cuyo tema he tomado de otros autores pero que he recreado a mi gusto, por considerar que de aquel tema no se había dicho todo o que podía extenderse la fábula en una historia mejor.  Total, en la literatura está permitido el robo, siempre y cuando vaya precedido del asesinato: Shakespeare mató un cuento de Bocaccio e hizo “Romero y Julieta”.  También existen las coincidencias, las similitudes temáticas: Byron escribió su hermoso “Manfed” sin haber leído el “Fausto” del olímpico Goethe, y por último cabe preguntarnos qué es ser original cuando ni siquiera la existencia de Dios lo es; yendo a la fábula, ésta ha tenido a través de la historia de la literatura escasos cultores, generalmente los temas se repiten y los diversos autores dan una visión diferente de un mismo asunto.  Sin pretender ser original lo que vales es imponerle a la creación el sello de un estilo, un talento y una filosofía estrictamente personal.  He leído cuantiosos fabulistas y miles de fábulas, Esopo, Fedro, La Fontaine, Iriarte, Samaniego, Gilles Corrozet, Guillaume Handet, Guillaune Guerolt, Pierre Boissat, Audin, Meslier, Furetiére, desmay, Charles Perrault, Benserade, Boursault, Florian, de la Motte Hagedorn, Gillert, Lessing, John Gay, Krylov, Giovanni Battista Roberti, Lorenzo Pignotti, George Ade, Trilusa, Menio, Palazzi, Pancharzi Liu Xiang, entre los latinoamericanos, citaré a Rodolfo Caiceo, Fernández de Lizardi; Gabriel de la Concepción Valdés, Pérez Perozo,. Luis Andrés Zúñiga, Antonio José de Irisarri, José Rosas Moreno, Eduardo de la Barra y muchos otros más que me llevaría varios minutos mencionarlos.  He dado esta listo no por pretender ser erudito, sino porque sé que estos nombres podrían servir de guía para aquél que se sienta tentado a realizar un trabajo rígido y meticuloso sobre este género tan, importante en los primeros años de formación de un ser humano.  Si nuestros políticos de ahora y de antes hubieran leído algunas de las fábulas de estos autores, estoy seguro de que no habrían tantos caradura, ladrones y sinvergüenzas  dirigiendo los destinos de este país; lo mismo podría decirse de nuestro pueblo que estaría conformado por hombres bravíos y cultivados y no como ahora, hecho una grey de serviles e ignorantes corcovados.

El testimonio de Hesiodo es fundamental para acreditar la existencia  del más renombrado de nuestros fabulistas, Esopo.  El padre de la fábula nación en Frigia a mediados del siglo VI antes de J.C., el pueblo lo conocía con el nombre de Guisopete.  Cervantes hace mención de este hecho en el capítulo XXV de la primera parte del Quijote:...  Si ya quisiera la suerte que los animales hablaran, como hablaban en tiempo de Guisopete, fuera menos mal, porque departiera y con mi jumento lo que me viniera en gana; y con esto pasaré mi mala ventura, que es recia cosa, y que no se puede llevar en paciencia, andar buscando toda la vida, y no hallar sino coces y manteamientos, ladrillazos y puñaladas y, con todo esto, nos hemos de coser la boca, sin osar decir lo que el hombre tiene en su corazón, como si fuera mudo”; sabias estas palabras de Sancho que como otras en el voluminoso libro lo acreditan como algo más que un hombre con”poca sal en la mollera”.  Esopo fue esclavo de Iadmon y luego su liberto; viajó por Egipto, oriente y Asia vigilando los intereses de su amo.  Finalmente se trasladó a la corte de Creso donde se encontró con Solón.  Por orden del mismo Creso fue a Delfos llevando ofrendas para los sacerdotes, e indignado por la avaricia y los fraudes de éstos, les reprochó su conducta sin hacerles entrega de los regalos.  En venganza, los sacerdotes ocultaron en el equipaje de Esopo una copa de oro consagrada a Apolo, acusándolo de robo.  Los delfianos enfurecidos, apresaron a Esopo y le dieron muerte, precipitándolo desde lo alto de la roca Hiampea.  La descripción de su aspecto físico, que inspiró a Goya y a Velásquez, no es por cierto benévola:  “Disforme, de cabeza apepinada , labios colgantes, tez negra (de aquí su nombre),. Vent4rudo, patizambo, corcovado) lento para expresarse y de locución confusa y desarticulada.  Sus fábulas, procedentes en buena parte de fuentes orientales, eran muy conocidas de los atenienses de la época clásica y, según Plutarco, Sócrates las puso en verso; pero, aunque fuesen orientales por la forma, su filosofía era típicamente griega.  gratas son las bellezas de la naturaleza, la tierra y el mar, las estrellas y el sol y la  luna.  Pero todo lo demás es dolor y temor”, dice Esopo.  Esta línea final parece condensar el pavor ante la muerte que debe haber precedido a Esopo en sus últimos días por lo acontecido en Delfos.  En el Vaticano se conserva una copa de la época de Pericles en que aparece Esopo medio calvo y con barba a lo Van Dyck, escuchando provechosamente a un risueño zorro.

Entrando a lo que es la obra de Esopo, podemos afirmar que hay en ella una unidad de inspiración y de estilo, aunque también debe admitirse que el primitivo núcleo central haya recibido aportes de imitadores y sufrido transformaciones con el transcurso de los siglos.  Por otra parte es evidente que Esopo llegó a adquirir gran popularidad en Grecia, como lo prueba el hecho de haber sido citado por Aristófanes en sus imitaciones burlescas, por el peta Alexis y por Heráclito de Ponto.  La fábula esópica ha servido de modelo a todos los fabulistas de la antigüedad y de los tiempos modernos”  Sus fábulas más que relatos son pequeñas escenas de comedia, de acción simple y propósito claro, que justifican la intención popular del creador.  Esopo, en efecto quería que su arte fuese comprendido por el pueblo, al cual él mismo pertenecía por su modesto origen y su condición subalterna.  Las fábulas de Esopo tienen una intención didáctica: se proponen enseñar a la gente simple las virtudes sociales y prácticas de una modo claro y fácilmente accesible, muy distante de las especulaciones de Aristóteles y Platón acerca de la moral.  Su filosofía es optimista y si señala con acritud los vicios, no por eso deja de considerar al hombre capaz del bien.  Para Esopo la felicidad consiste en la práctica de ciertas virtudes como la gratitud, la fidelidad del amigo, el amor al trabajo, la moderación en las costumbres.  Cierta astucia con respecto a las debilidades humanas y a la manera de aprovechar mejor de ellas revela al hombre que ha vivido en contacto con los poderosos y apartado del poder.

Hasta ahora he hablado solo de Esopo por cuanto considero que él es el hilo que nos permite introducirnos en el ovillo, es decir, la fábula como tal, con una finalidad netamente didáctica, he esquematizado mi exposición sobre la fábula de la siguiente manera:


I.              CONCEPTO

Se puede definir como una breve composición literaria hecha en prosa o verso.  Su contenido es sencillo, en ella animales, plantas o cosas inanimadas hablan, razonan y en general,  adoptan todos los intereses y pasiones propias del hombre.  En estas historias también aparecen seres humanos.

Las situaciones por las cuales pasan estos personajes (animales, plantas, cosas y personas) son para poner en evidencia la sabiduría o insensatez de las más diversas actitudes del hombre.  Las fábulas se presentan redactadas con su estilo ingenioso, sencillo y fácil, como parte infaltable de su estructura, se la precede o se la concluye con una moraleja.  En la fábula cada animal, planta u objeto que cobra vida no actúa con autonomía, sino que es un elemento servil que enmascara, por lo general, una virtud o un defecto humano.

El León          ----------       la fuerza
La Mona        ----------       la vanidad
La Zorra        ----------       la astucia
La Oveja        ----------       la credulidad

La moraleja es el remate de  la fábula, la conclusión, la enseñanza que deja.  La fábula es didáctica en su intención, solapada en su proceder y en las características de sus personajes.  Por lo dúctil de la trama, permite una adaptación, representando el esquema de su contenido y abundando en detalles o secuencias que no desvirtuarán la esencia primitiva.


II.           CLASES DE FÁBULAS


1.            En Prosa:

Son aquellas donde se da una expresión directa y donde se utiliza un lenguaje coloquial, el cual no está regido por métrica, ni ritmo ni rima.

2.            En Verso:

Son las fábulas en las que su expresión está sujeta a medida y cadencia.  Esto quiere decir, fábulas con métrica, rima y ritmo.


III.        CARACTERÍSTICAS

1.           Composición literaria en prosa o en verso

2.           Su estilo es ingenioso

3.           Lenguaje sencillo, ágil, ameno y humorístico

4.           Son narraciones breves

5.           Intervienen pocos personajes

6.           El tema gira casi siempre en un solo núcleo

7.           Posee una ficción alegórica

8.           Enmascara una virtud o defecto humano

9.           Sus personajes son indistintamente hombres, animales, plantas, y aun seres animados.

10.      Da una enseñanza útil o moral, concluyendo con una moraleja.
IV.        LA FÁBULA COMO INSTRUMENTO PEDAGÓGICO EN LA ENSEÑANZA DE VALORES


1.            INTRODUCCIÓN:

La fábula, al menos como género literario, nace en la India, en el valle del Indo, en época no bien determinada.  Es posible que ello suceda como consecuencia y fruto de los aspectos mitológicos sobre los cuales se fundan las grandes culturas dravídicas y arias (cabe anotar que los hindúes desde los primeros tiempos de su civilización, dieron el nombre de Veda al conjunto de las escrituras sagradas que constituyen la base de su religión, de su moral y de sus costumbres; de ahí el nombre de culturas dravídicas).

Comprobamos como la religión es la fuente literaria más pura de las grandes civilizaciones antiguas.  En el fondo, toda la mítica concepción del mundo y de las relaciones entre los dioses y los hombres se entrelazan con bellas leyendas.  Para explicar sin fundamento científico o filosófico la participación de los dioses en la vida de los hombres, se acude con frecuencia al animal como vehículo de transmisión ya de un modo real, ya encubierto.  Naturalmente, se terminó de conceder a estos animales ciertas virtudes o cualidades especiales para poder llevar a feliz término o tal o cual misión divina.  Y es que el pueblo hindú no se ha caracterizado precisamente por ser filosófico.  Su método de vida, su clima al menos en el valle del Indo y su modo de ser es más propicio a la divagación que a la meditación.  Más adecuado a la literatura, de ahí que los antiguos poemas de los dioses y los hombres sean la cuna de las leyendas y de las fábulas.  ]En un país como la India en el que para bien y para mal los animales tienen una importancia vital y religiosa, es lógico que entraran también en la literatura, y lo hicieran a través del apólogo y la fábula.


2.            NACIMIENTO Y FUENTES PRIMIGENIAS DE LA FABULA

Ya hemos  dicho que la fábula nace en la India, en un tono menos espectacular, rayano con la vida ordinaria, como una pincelada sacada de la observación diaria.  El animal aparece con la carga de ser inferior, alabado o vituperado según el punto de vista del autor, y es el “Pantchatantra” la primera colección de apólogos y cuentos morales juntamente con el “Hitopadesa”, las fuentes a donde han ido a beber todos cuantos de una manera u otra han tocado el tema.  Su principal mérito es haber reunido una gran cantidad considerable de apólogos, el haber despojado a los animales de su poder mítico y seudo religioso y el haberlos hecho hablar como si se tratara de verdaderas personas.  Concebido así el apólogo o la fábula, los animales vienen a constituir el retrato o la caricatura, según las circunstancias de la vida humana.  El escritor logró con esto dos cosas importantes: no callar ante las injusticias del poderoso y no enemistarse con él ante una diatriba directa.  Ante la opresión de los tiranos se recurre a la fábula como un ataque de soslayo.  La astucia del zorro, la maldad del lobo, la razón de la fuerza del león, en engreimiento del pavo, eran lecciones morales cuya ética primitiva se aplicaba a todo el mundo, sin que nadie se sintiera aludido.  Es así que la fábula tiende a una misión concreta, docente y moralizadora.  El colofón o moraleja tendrá valor como la fábula misma.


3.            CARACTERÍSTICAS DE LA FÁBULA

Dos caminos siguió la fábula en su paso a occidente:,  el de Grecia y el de Persia.

Grecia, que a pesar de su rica mitología no fue nunca un pueblo profundamente religioso, encontró en los animales más que un motivo, un recurso de belleza y transformó la fábula en algo meramente literario, en lo que pudiéramos llamar un género didáctico sin más valor que la expresión y la belleza lingüística del pequeño poema; acaso como un pequeño descanso y solaz de hecatombes, guerras de Troya, iliadas y odiseas.  El amor por lo sencillo, por lo ordinario, por lo vulgar, fue llevado a la categoría del arte en virtud de un espíritu selecto mordaz y caprichoso como fue Esopo.

Con Esopo nace la verdadera fábula al menos en el aspecto de narración corta en que de un hecho sucedido a unos animales se saca una lección o consejo para la vida humana.  Esopo  narra una anécdota con suma sencillez, sin tonos misteriosos, trágicos o novelescos.  Actualmente poseemos de este autor cuatrocientas fábulas, de valor muy desigual:  con frecuencia algunas de ellas nos resulta insípidas y apagadas aunque otras son verdaderos ejemplos de narración precisa y directa.  La moral de estas obras esópicas es naturalmente, la común y popular:  la prudencia y la moderación son las virtudes supremas; pero con todo, no anda tampoco muy alejada la astucia que sabe aprovecharse de la estupidez ajena.  El mayor mérito de las fábulas de Esopo reside en la materia ofrecida, es decir, la temática, la cual, con su concisión y su simpleza, llega a los fabulistas posteriores, entre los cuales no faltaron elegantes poetas como Fedro y La Fontaine; no obstante, en esencia, los leves textos esópicos se  hallan infinitamente lejos de la tenebrosa amargura de Fedro cromo de la amplia comedia humana ofrecida con un profundo conocimiento del corazón del hombre y una gracia insuperable por el célebre La Fontaine.

En cuanto a Persia, esto creó el apólogo, pariente cercano de la fábula, el cual podría definirse como la narración de una aventura de animales.

En el apólogo, hay ya malicia, picardía y hasta pequeñas tretas que dan sabor a la intriga y crean un halo de misterio.  El apólogo pasó en la Edad Media a los países occidentales en donde Francia revaloriza el género con el “Romand” de Jules Renart.  El mérito del escritor galo fue la de dar al representante de cada especie animal un nombre que lo convierte en individuo y así reunirlos a todos en varias aventuras alrededor de Renart, el zorro, que viene a simbolizar  el triunfo de la inteligencia sobre la fuerza.  Este concepto expresa el desquite de las clases inferiores (burguesía) sobre las que monopolizaban y ejercían el poder (nobleza y clero); sus propias instituciones son, en efecto, parodiadas sin ningún respeto, en el mundo irreal que tiene por actores los ejemplares más conocidos de la zoología.  He aquí algunos ejemplos de esta denominación onomástica.

Renart                (el zorro)
Noble                 (el león)
Ysengrin            (el lobo)
Brun                   (el oso)
Tibert                 (el gato)
Chancleter          (el gallo)
Belin                  (el carnero)

España también contribuye a esta revalorización del apólogo, con “El conde Lucanor” del Infante Don Juan Manuel y con la traducción de “calila y Dimna”, célebre recopilación de apólogos, de origen hindú.  El nombre hace alusión a Kalila y Dimna, (dos chacales).

Cabe agregar que un pariente cercano a la fábula y al apólogo es la parábola, relato cuyo argumento tiene un contenido simbólico y una intención moralizante.  La diferencia con la fábula y el apólogo es que en las parábolas los personajes son seres humanos y no animales personificados y, además, no tienen el carácter humorístico que es frecuente en esas composiciones literarias.  Las parábolas más famosas como ya es conocido por todos, son las  que aparecen en la “Biblia”.  Debemos decir también que la parábola es la forma más ideal de adoctrinar, no olvidemos que Jesús utilizaba a cada momento la parábola cuando se dirigía a los apóstoles.


4.            LOS VALORES

Los valores constituyen un tema nuevo en la filosofía (1850) y la disciplina filosófica que los estudia es la axiología.

Ya algunos llamaron la atención de algunos filósofos desde Aristóteles en adelante, fue así como la belleza, la justicia o la santidad fueron temas de viva preocupación en todas las épocas.

Un pueblo con la capacidad racional del griego no podía conformarse con la contemplación del mundo físico, y pronto advierte que junto a ese mundo existe otro de mayor significación que el anterior, un mundo ideal, digámoslo así.  Es el mundo de las esencias, los conceptos, las relaciones, esto es, lo que hoy se denomina objetos ideales.  A Sócrates y a Platón les correspondió el descubrimiento de éste.  A los objetos ideales y a la realidad física se agregó más tarde el mundo psíquico espiritual.  Además de piedras , animales, ríos y montañas, y de números, conceptos y relaciones, existen las propias vivencias:  el dolor y la alegría, la esperanza y la preocupación, la percepción y el recuerdo.  Esta realidad es innegable; estaba, sin embargo, tan cerca del hombre que éste tardó mucho tiempo en reparar en ella, como el ojo que ve las cosas exteriores y sólo años después se descubre a sí mismo – según la analogía de Locke – el espíritu se volcó primero hacia fuera, y una vez madura, se replegó sobre sí mismo.


¿A qué podrían reducirse los valores, según esta última concepción?

Tres eran los grandes sectores de la realidad que hemos señalado:  las cosas o realidad física, las esencias o estados ideales y el mundo psíquico – espiritual o estados psicológicos.

Es sobre estos tres sectores de la realidad donde se mueven los valores, ilustremos con un ejemplo.

La belleza es un valor que no existe por sí mismo, sino que descansa en un depositario o sostén que, por lo general, es de orden corporal.  La belleza no está flotando en el aire, sino que está incorporada a algún objeto físico; una tela, un mármol, un cuerpo humano, etc.  La necesidad de un depositario en quien descansar, da al valor un carácter peculiar, lo condena a una vida “parasitaria”.  Ahora conviene establecer la diferencia entre los valores y los bienes.

Los bienes equivalen a las cosas valiosas, esto es, a las cosas más el valor que se les ha incorporado.  Así, un trozo de mármol es una mera cosa; la mano del escultor le agrega belleza al “quitarle todo lo que le sobra”, según palabras de Miguel Ángel, y el mármol-cosa se trasformará en una estatua, en un bien.  La estatua continúa conservando todas las características del mármol común:  su peso, su constitución química, su dureza, su color, etc.; se le ha agregado algo, sin embargo, que lo ha convertido en estatua.  Este agregado es el valor estético o belleza.  Los valores no son, por consiguiente, ni cosa, ni vivencias, ni esencias; son valores, insisto, por ser cualidades, los valores son entes parasitarios – que no pueden vivir sin apoyarse en objetos reales – y de frágil existencia, al menos en tanto adjetivos de los “bienes”.  Un martillazo puede poner fin a la belleza de una estatua.  Antes de incorporarse al respectivo portados o depositario, los valores son meras “posibilidades”, esto es, no tienen existencia real sino virtual.


RELACION DE VALORES Y DISVALORES

Paz             -   violencia             Clemencia    -   inclemencia
Justicia       -   injusticia             Gratitud       -   ingratitud
Honestidad -   deshonestidad     Sensibilidad -   insensibilidad
Sinceridad  -   insinceridad        respeto         -   irrespetuosidad
Solidaridad -   egoísmo              Lealtad         -   deslealtad
Laboriosidad   -                          pereza          Humildad -        arrogancia
Bondad       -   maldad                Valentía       -   cobardía
Belleza        -   fealdad                Fidelidad      -   infidelidad


VALORES CIUDADANOS

Actitud democrática          -      actitud impositiva
Tolerancia                         -      intolerancia
Concertación                     -      sectarismo
Eficiencia                           -      ineficiencia
Superación                        -      conformismo
Responsabilidad                -      irresponsabilidad
Creatividad social y laboral     -                          conformismo social y laboral
Dinamismo                        -      apatía
Puntualidad                       -      impuntualidad
Frugalidad                         -      ambición.


¿Por qué hemos tomado a los animales como personajes de las fábulas?

Porque los animales de alguna u otra forma guardan cierta relación con los seres humanos en cuanto a su comportamiento o, en algunos casos, la estampa del animal nos deja una ligera impresión, un reflejo de ciertas actitudes del hombre.  Ilustremos algunos ejemplos:

Mono    -  imitativo                       Zorra      -   astuta
León      -  autoritario, majestuoso Araña     -   paciente
Lobo     -  arrogante, prepotente   Serpiente   -     traicionera
Oveja    -  sumisa                          Perro      -   fiel
Ciervo   -  tímido                           Gallina   -   cobarde
Rana     -  ambiciosa                     Cuervo   -   traicionero, ladrón
Mula     -  terca                              Hiena     -   ladrona, oportunista
Cabra    -  loca                               Cocodrilo   -     paciente
Buitre    -  oportunista                   Búho      -   sabio
Hormiga   -                                    laboriosa


5.            LA FÁBULA COMO INSTUMENTO PEDAGÓGICO PARA LA ENSEÑANZA DE LOS VALORES

La enseñanza de los valores en los jóvenes como en los niños requiere de un vehículo pedagógico para llegar a ellos.  Después de varios años de trabajo en talleres de Investigación y Capacitación, hemos podido comprobar que el mejor vehículo para enseñar los valores a los alumnos es aplicar esta enseñanza en la vida cotidiana.  Tomemos como ejemplo la fábula de la Cabra y el cerdo, donde el valor resaltante es la solidaridad y, para ser tangible este concepto, haremos que los alumnos tengan una experiencia vivencial de la solidaridad.


Veamos un ejemplo concreto:

Haremos que los alumnos elaboren un pequeño tejido de lana de diferentes colores y en clase uniremos los retazos y elaboraremos una colcha, que luego ellos mismos levarán a un hospital donde los niños enfermos se abrigarán con ella.   Los alumnos han conocido el concepto de la solidaridad y, a través de una experiencia vivencial, la han vivido y sentido como tal, luego esto hace que sea posible que un alumno nos explique qué es la solidaridad ya no como un concepto abstracto sino como un a experiencia de vida.


1.           Brevedad

Debido a que los jóvenes de hoy carecen de hábitos de lectura, la brevedad, la concisión, hace atractiva la lectura, pues cuando el niño o el adolescente se enfrente a un libro voluminoso, sufre un cierto shock emocional y no es raro que se pregunte ¿Debo leer todo esto?.  En cambio, las pocas páginas que conforman la fábula actúan de una manera más conciliatoria, más convincente a la voluntad del niño o del adolescente.


2.           Lenguaje sencillo

Por su misma brevedad, la fábula requiere que el fabulista recurra a un lenguaje más directo, sin remilgos idiomáticos de ningún tipo.  La fábula va de frente al meollo del asunto.


3.           Amenidad

El carácter humorístico de la fábula radica en la diversidad de situaciones que viven los personajes de intervienen en la narración.

El embuste de que es objeto un oso por parte de la zorra provoca la hilaridad del lector, al ver que un animal pequeño logra burlar a un animal tan grande como es un oso.  La burla que tiene que soportar la tortuga debido a su lentitud por parte de la veloz liebre despierta una sonrisa en el lector.


4.           Reflexiblidad

Después de la lectura de una fábula, el lector queda imbuido en un mundo de reflexiones sobre los valores reflejados en el contenido de la misma.  Al niño o adolescente se le abre entonces un universo nuevo, a manera de una “Propuesta de vida” colmada de valores como la justicia, etc.


5.           Aplicabilidad comparativa

Después de la lectura de una fábula, casi en forma inmediata, el lector establece una relación entre la fantasía narrada y la realidad cotidiana, encontrando una gran similitud entre ambos cosmos y, concluyendo que lo descrito en la fábula no es nada más ni nada menos que un reflejo de realidad que a él le toca diariamente.  Esta comparación conlleva necesariamente a una modificación de conductas inadecuadas (descortesía, indiferencia, soberbia, irritabilidad, etc.) y a una transmutación de disvalores.  De ahí que un niño o adolescente que cree que el egoísmo es uno de los  componentes que lo van a llevar al éxito o que la inclemencia lo hace más fuerte para vencer los obstáculos de la vida, termina dándose cuenta que la solidaridad en vez del egoísmo y que la clemencia en vez de la inclemencia le traerán mayores satisfacciones sin herir o atropellar al prójimo.


6.           La Moraleja  como conclusión

La moraleja, enseñanza moral con la cual se concluye la fábula, sirve para esclarecer cualquier duda que haya quedado en el lector después de concluida la lectura.  Es una especie de ayuda para la mejor comprensión del tema tratado.  Una especie de confirmación de lo que ha quedado en la mente del lector, una reafirmación de las conclusiones a que se ha llegado.





LA SINFONÍA POÉTICA DE JAVIER VILLEGAS

Alocución dada por Guillermo Delgado en la

Feria Internacional del Libro el 24 de junio del 2001


Debo comenzar diciendo, como decía nuestro César Calvo, que la poesía de Javier Villegas es como él, sencilla, transparente y generosa. Gracias Javier, en nombre de mi familia y el mío propio por este gesto fraternal y humano que me honra, cual es permitirme apadrinar el nacimiento de este nuevo hijo tuyo que lleva por nombre “La flauta en el agua”.  Agradecer también a la Biblioteca Nacional del Perú por su labor titánica de difundir cultura, algo tan necesario para el progreso de los pueblos, puesto que ésta no sólo cumple la misión de impartir conocimiento sino, fundamentalmente, despertar la sensibilidad de hombre de hoy, tan pegado alas cosas materiales y a la frivolidad que nos invade día a día a través de muchos medios de comunicación. 

Hay en la poesía de Javier Villegas una constante comunión entre el niño y la fauna, entre el niño y la flora.  Esto obedece a que él, como creador, asume la posición de poeta educador, de poeta orientador del niño, para inculcarle un amor por esa fauna y esa flora que se le presenta: Javier Villegas es consciente de esa apostólica misión que se le ha asignado.  Escuchémoslo:

Lomitieso, con su levita,
etiquetero por naturaleza,
con su parsimonia nos invita,
a respetar sus aires de nobleza.

Es piscívoro el pingüino,
a vivir en el frío no rehusa.
Es la Antártida su hábitat genuino,
y su romance una noble excusa.

El eterno novio, fiel, santo,
de andar siempre quimboso,
en el agua mojará su canto
y en la orilla paseará orgulloso.
(El pingüino)


El niño de Javier no es el niño de la honda con la cual mata pajarillos, no es el niño que arranca las flores del parque donde su padre lo lleva a pasear los domingos ni es el niño que constantemente arremete contra el perro o el gato de la casa perturbándolo o dañándolo.  Por el contrario, es un niño que ha tomado conciencia de que el cuidado de la fauna y la flora le compete a él tanto como al adulto, como ser humano que es.  Es un niño que siente la vulnerabilidad del mundo que lo rodea y que percibe que es él, como único ser racional de la tierra, el llamado a proteger y salvaguardar el lugar que le sirve de habitanza.  La felicidad que este mundo circundante le brinda lo entusiasma, lo llena de alegría.  Escuchemos la voz de Javier.


El niño se entusiasmaba,
viendo que en el jardín,
un picaflor volaba.

Sueños teje, sueños borda,
y la alegría del niño
parece que se desborda.

Alegría sin medida
 la del niño en el jardín
tuvo inicio, parece no tener fin.

(El niño y el picaflor)



Por otro lado, Javier Villegas busca a través de su sinfonía poética que los niños caigan en la cuenta de que esa misma fauna y flora que ellos deben proteger, también les brinda beneficios, descubriendo así la reciprocidad naturaleza humanidad.

Comprobemos lo dicho escuchando los versos del poema “Gracias al toronjil”, esa prodigiosa planta cuyas hojas se usan en medicina como remedio tónico y antiespasmódico.

Es de noche, es muy tarde,
 y ya no quiero dormir,
deseo nombrarte en mi sueño,
 matita de toronjil.

Tú me diste tu poder,
 tus dotes de buen Doctor.
¡Oh galeno aromático!
De enorme fama.  Curador.

Es de noche, es muy tarde,
y ya me quiero dormir,
y en mis sueños quiero decirte:
¡muchas gracias toronjil”

Las bondades de la naturaleza llegan también el párvulo lector en las tres estrofas del poema “Algarrobo”.

Frondoso pensador
en el desierto arraigado
viertes en cada flor,
tu pensamiento perfumado.

Tus milenarias raíces,
tienen en la profundidad
los secretos y matices de tu longevidad.

Algarrobo que das sombra
y leña para el fogón,
porque mi raza te nombra,
ensayo este pregón

Algunas veces, este mundo fantástico se confunde, se amalgama o se fusiona con el mundo real, como sucede en el poema tres caballitos, donde se juntan el Pegaso, el hipocampo, el unicornio.


Tres caballitos galopan
por rutas de inmensidad,
llevan sus brotes la dicha
y carga de curiosidad.

Uno es el lindo Pegaso,
que al viento quiere ganar. 
Con su proeza alada,
pretende la luna alcanzar.

Tiene  un tropel cristalino,
el caballito de mar. 
Hipocampo te han nombrado.
¡Príncipe de alta mar!

Tiene un cuerno el tercero,
y en él mis sueños se van. 
Unicornio yo te nombro
de mi ruta capitán.

Tres caballitos galopan,
sus bríos son los que dan,
lindas noticias al tiempo
que muy pronto volverán.


En cuanto a las influencias que Villegas haya recibido para la elaboración de este poemario, estas son, y creo no equivocarme, de dos tipos:  intrínsecas y extrínsecas.  Las primeras obviamente deben estar vinculadas a vivencias y experiencias personales; las segundas, deben estar cargadas de la observación acuciosa que el escritor hace del mundo que lo rodea.  ¿Cuánta gente ha pasado y ha visto el primero algarrobo que Villegas vio en su vida?  Seguramente que miles, pero sólo en él, aquel árbol dejó huella, impronta que años más tarde cobra vida no sólo en la memoria a través del recuerdo, sino en la pagina en blanco en la cual se plasma el poema que Villegas nos entrega hoy en este libro que lleva por título:  “La flauta en el agua”.

Hay dos poemas cuyas lecturas me han traído reminiscencias muy agradables.  En primer lugar, el poema que lleva por título “Romance”, me trae a la memoria “El duque Nuez” de José María Eguren: mientras que en Eguren es el duque Nuez y la hija del clavo de olor los autores de un frustrado enlace, en el poema de Javier Villegas este noviazgo tiene como protagonistas a la hierbabuena y al toronjil.  El otro poema de Villegas, los “Cangrejitos guerreros” me hizo recordar la poco conocida “Batracomiomaquía”, de Homero.  En esta obra, los cangrejos enviados por Zeus acuden en ayuda de las ranas quienes sufren las embestidas de los ratones.  Villegas, tan preciso como el peta griego, canta el modo de vida de estos crustáceos en la orilla del mar.

Villegas busca la rima, la consonante propiamente, porque encuentra en ella un puente para llegar al niño.  De su flauta acuática fluye todo un manantial de versos consonánticos que hacen de su poesía un manjar más atrayente.  Javier no se engolosina con el uso constante de diminutivos tan comunes en algunos autores repentistas; insisto Villegas no cae en ese facilismo en que incurren algunos “hacedores de literatura infantil” que encuentran en el uso reiterado de estos diminutivos, la veta cuasi única para crear.  Su poesía flora del corazón de un niño, de ese niño que vive en el alma de Javier y que se manifiesta candorosamente  a través de su poesía.

Guillermo Delgado





INTERLUDIO EN LA VIDA DE UN ARTISTA

CANTO AL AMOR

Alocución  dada por Guillermo Delgado en el Auditorio de la Biblioteca Nacional del Perú con motivo de la presentación de la antología de poesía amorosa “Canto al amor”, llevada a cabo en Julio del 2001


Beethoven decía que el encuentro carnal entre dos seres, si no va acompañado del amor, es simplemente cosa de animales, y que “después del pecado viene el arrepentimiento”.  Nada más cierto que lo dicho por el gran músico alemán.  Este libro es un Canto al Amor, con sus pecados y virtudes, porque de esa contradicción está hecha la vida de los hombres.

Durante la época de los Cantares de Gesta, la mujer y el amor estaban casi ausentes, ara dar paso a Caballeros, guerreros, batallas, espadas, yelmos, escarpes, cercos y rivales.  Pero en las breves jarchas mozárabes encontramos sentimientos que necesitan convertirse en palabra: como podría ser el caso de una cervatilla que levanta al cielo su rostro, lleno de lágrimas, porque su amado está enfermo.

Mi corazón se va de mí: 
Oh Dios, ¿Acaso se me tornará ¿
¡Tan fuerte mi dolor por el amado!
Enfermo está ¿Cuándo sanará?

Tiempo después, en el Libro de Alexandre, el más extenso de los poemas del llamado Mester de Clerecía, el amor aparece animando sus páginas en unas bellas cuadernavías, el motivo: la larga y compleja historia de Alejandro Magno, desde su aprendizaje con Aristóteles hasta su serena muerte.  En medio de sus batallas está su amor y casamiento con Rasan, hija del rey Darío.  El autor nos describir el tiempo primaveral propicio al despertar del amor, como preámbulo de las bodas.

El mes era de mayo un tiempo glorioso,
cuando fazen las aves un solaz deleitoso;
son vestidos los prados de vestido famoso;
da suspiros la dueña, la que no ha esposo

Tiempo dolce e sabroso por bastir casamientos;
ca lo templan las flores e los sabrosos vientos;
cantan las donzelletas, son muchas a convientos
bazen unas a otros buenos pronunciamientos.


Un siglo más tarde aparece en el panorama de la poesía española la experimentada figura de Juan Ruiz, el arcipreste de Hita.  Aquí el amor no tiene ya esa ingenua descripción que acabamos de ver en el Libro de Alexandre o que se aprecia en los tetrástrofos monorrimos del Libro de Apolonio, libro ése último del siglo XIII que nos relata la historia y aventuras de Apolonio, rey de Tiro, desde la corte del rey Antíoco hasta su muerte.  Entre sus múltiples correrías está su llegada a las tierras del rey Architastres, donde se enamora de Luciana, hija del monarca.  El momento del mutuo enamoramiento, cuando Apolonio tañe la vihuela compitiendo con Luciana, es de una belleza primigenia e ingenua llena de encantos.

Decíamos, pues, que en el Arcipreste de Hita y su Libro de Buen amor, el amor pierde su candidez, su decoro, y nos topamos con él, bajo un enfoque didáctico y moral.  Así, apreciamos como el Arcipreste va siendo adoctrinado por don Amor.

Si quieres amar dueña o a otra cualquier mujer, muchas cosas tendrás primero que aprender
para que ella te quiera en su amor acoger. 
Sabe, primeramente, la mujer escoger.

En este saber del Arcipreste se explica y defiende la práctica amorosa partiendo de Aristóteles.

Como dice Aristóteles – y es cosa verdadera  - el hombre por dos cosas trabaja: la primera por tener mantenencia, y la otra cosa era por poderse juntar con hembra placentera.


Es bueno apreciar en El libro de buen amor del Arcipreste de Hita,  el mandato de ocultar el nombre de la amada que siente el Arcipreste, el cual responde a una constante amorosa que recorre el mundo medieval y se adentra en el renacimiento.

El amor, es junto a la justicia, la sabiduría, la amistad y la búsqueda de la libertad, el don más bello dado a los hombres, pero puede también ser cruel, cuando dejamos que se convierta en una enfermedad del alma, esto es, cuando permitimos que la rutina, el orgullo, el resentimiento, la falta de comunicación y la traición se apoderen de el.  Es entonces que la rosa de Venus muestra su lado espinoso.

Dante, Petrarca y Bocaccio, los grandes heraldos de esa revolución cultural que se llamó el Renacimiento, sucumbieron en las aguas tempestuosas de ese mar imprevisible que es el amor.

Dante amó, adoró, deificó a Beatrice Portinari, la hija de Folco Portinari y Elia Caponsacchi, desde que la vio por primera vez, a los nueve años; pero Dante es el solo enamorado.  En el segundo encuentro, a los dieciocho de él,   y a los diecisiete cumplidos de ella, Beatrice dio el primer paso: “paseando por una calle volvió los ojos hacia el lugar donde yo me hallaba lleno de temor, y con su inefable cortesía... me saludó muy virtuosamente” (Vita Nuova, III – 1).    Aunque el Dante hay escrito bastantes páginas y muchos versos sobre el valor casi sobrenatural de este saludo, la narración no implica ninguna correspondía amorosa por parte de la mujer: se hallaba con dos amigas de más edad y lo saludó por cortesía.  En aquel tiempo, esto es, en 1283, Beatrice era ya la segunda esposa de Simone dei Bardi , y no se puede pensar que aquella muchacha, compendio de todas las virtudes humanas y celestes, pudiese albergar la idea de una adulterio, aunque fuese platónico.  En Beatrice podía haber, en lugar de un amor, que no existía ni podía existir, una especie de femenina complacencia en la adoración de aquel joven oscuro y pobre y ni siquiera bello, pero de naturaleza apasionada y de brillante ingenio.  El amor de Dante hacia Beatrice que en la Vita nuova es adoración platónica, y en la Divina Comedia, veneración teológica, aparece en algunos momentos como amor filial.  No pudo ser su esposa en la Tierra; será en el Cielo, como la Virgen, una madre.  Dante estuvo casado con Gemma Donati, pero el carácter insoportable y la falta de ternura hacia el joven poeta de 31 años, provocaron el rompimiento de aquella deleznable relación que trajo al mundo a Jacopo, Antonia, Beatrice y Pietro, los cuatro hijos que de una u otra forma apaciguaron el infortunado matrimonio del poeta.  Lo cierto es que, el primer acontecimiento de la pubertad y la juventud del Dante, fue el encuentro con Beatrice Portinari y el amor hacia ella.  Ningún otro hecho de su vida tuvo mayor resonancia, ni mayor importancia en su obra.  La muerte de Beatrice, acaecida el 1 de Junio de 1290 a la corta edad de veinticuatro años, lo sumió en una profunda tristeza.

En el caso de Francesco Petrarca, éste dedicaría la mayor parte de su obra poética a Laura di Noves, a aquella mujer que vio por primera vez en Viernes Santo, el 6 de Abril de 1327, en la iglesia de Santa Clara, de Aviñón.  De ese amor inmortal e infortunado – si nos atenemos al contenido de las composiciones dedicadas a Laura- encontramos el amor que tiene en sí algo de oscuro y de morboso en su duración más  allá de la muerte de la amada y en calidad de afecto único y tiránico.  Hasta su muerte en Arquá, el 19 de Julio de 1374, Pet4raarca dedico mucha jornadas de trabajo a su amada Laura, porque muerta ésta, el debate transfirió su amor al cielo adonde ella había subido, para evocarla en sus sueños, como mujer todavía bellísima, más benigna con él  y casi maternal, más solícita ante sus penas, mejor dispuesta a consolarlas; o bien considerando al dura realidad de la muerte, ve en mundo como oscuro y vacío, olas sin espuma o jardín sin flores.  Aunque en el Cancionero hay poemas ajenos al amor como los de tema político en los que se critica duramente a la Iglesia de su tiempo, junto a composiciones ditirámbicas escritas en honor de sus poderosos protectores, amén de una bella canción sobre su coronación como poeta en el Capitolio, acaecida enroma el 8 de Abril de 1341, y aunque no falten en él versos ocasionales, la mayor parte de los poemas que lo componen son de inspiración amorosa y están dedicados a Laura o a su memoria.

No menos afortunado en los amores, si debemos creer en sus manifiestas y veladas confesiones, fue el célebre autor de El Decamerón, el controvertido y agnóstico Giovanni Bocaccio, quien después de varios traspiés amorosos, conoció el 20 de Marzo de 1336, en la Iglesia de San Lorenzo en Nápoles, a la famosa Fiammetta, una tal María, de la casa condal de Aquino, hija natural del rey Roberto de Anjou.  La sola visión de aquella bastarda de sangre francesa igual que él, bastó para que el poeta se enamorara perdidamente.  En el otoño pudo llevar a cabo el adulterio, pero no habían pasado dos años cuando el pobre Bocaccio se dio cuenta, con sus propios ojos, como traicionan a los amantes las que traicionan al marido.  Como se ve, una historia de cálida pasión y de femenina ligereza, de celos y de traiciones, que el poeta trata más de una vez, y con distintas variantes, en las alegorías autobiográficas de sus novelas juveniles.

Hay  un amor amical que siempre me ha cautivado; es el que se da entre un hombre y una mujer.  Entre ambos puede cultivarse una amistad verdadera, profunda y exenta de perjuicios que dañen el corazón, pero esto dependerá del dominio de la razón y del predominio del intelecto sobre el sentimiento; si esto falla y no queremos comprometernos en una relación sentimental, bueno será echar mano del aforismo de  Alfieri “Una búsqueda del objeto amado y apenas hallado huirlo” después de todo, sobrellevar con éxito una relación sentimental, es tan difícil como caminar a lo largo de una cornisa.

Así de cruel como generoso puede ser el amor, sin que por eso renunciemos a dejarnos llevar por el velo mágico de su encantamiento.  Son cuantiosos los testimonios literarios que sobre el amor hemos heredado durante siglos.  Un inglés quizá el más grande monstruo literario que la naturaleza haya engendrado. William Shakespeare, nos ha dejado un legado de tragedias en las cuales el amor, en sus diferentes manifestaciones (paternal, maternal, filial, fraternal, amical, sensual, etc.) se hace patente en versos maravillosos que deleitan el alma y regocijan el espíritu.

Canto al amor es eso,  una selección de poemas de amor en sus diferentes como complicadas formas.  Hay tres misterios que han calado profundamente en mi vida desde niño: el amor, la muerte y la creación del universo.  He conocido al primero, y a pesar de haber sido herido muchas veces por los venablos de Cupido, mi corazón – joven y envejecido- sigue adelante, obstinado, recalcitrante, en la búsqueda (quizá vana) de la felicidad.  Sobre la muerte, ese irremisible y oscuro personaje, ha escrito muchos versos, pero creo que el verso final lo escribiré después.  Y sobre el misterio de la creación del universo, prefiero dejar esas reflexiones  a los filósofos y a los hombres de ciencia, mientras yo me regocijaré plácidamente en las noches observando la luna y las estrellas.  Todo ser humano necesita del amor como fuerza  impulsora de su existencia.  Soy un espíritu que está viviendo una experiencia humana; una experiencia tan difícil que, a pesar de sus infortunios, volvería a vivir si me estuviera dado el donde escoger la vida.

Los versos de Homero, Dante, Petrarca, Heine, Goethe, Novalis, Byron, Petöfi, Víctor Hugo, Manrique, Garcilaso, Fray Luis de León, Quevedo o Bécquer, por hablar de los foráneos, o las estrofas de un Vallejo, Neruda o Rose, por hablar de los nuestros, me han ayudado a sobrellevar, desde hace años, mis noches de soledad e insomnio.  Son ellos también quienes han hecho que encuentre en la poesía un camino posible hacia la búsqueda de la felicidad y al mejor entendimiento de la vida y del proceder del ser humano.

¿Y qué es para mí la poesía?  El poeta andaluz Antonio Machado decía que la poesía es la palabra en el tiempo.  Como ésta, hay miles de apreciaciones que se han dado.  Para mí la poesía es la expresión de la virtud, la voz que surge del alma y puede manifestarse en una doble acción, o en un verso armonioso.  Los versos, solos, no son la poesía.  La poesía está en las ideas y éstas, como he dicho, parten del alma.  Un alma sensible y un hermoso talento poético son casi  indivisibles, el talento es ese don sobrenatural con que hace el artista; toque divino que se desarrolla y fortalece con el ejercicio diario y sacrificado y que sobrevive a la vida del creador plasmado en la obra que nos hereda.  La poesía puede también expresarse en prosa, pero es más perfecta con la gracia y la majestad del verso.

He pasado casi toda mi vida entre libros, de ahí la especial consideración y cuidado que siempre les he prodigado, anteponiendo muchas veces su cuidado a las exigencias de la casa.  ¿Pero qué es para mí un libro?  Una criatura viva y parlante, al cual debemos los máximos cuidados.  El libro abierto entre nuestras manos es voz que habla al corazón esencia viva de pensamiento que se ofrece para la alegría y el alimento del alma, pero también cerrado y colocado en un estante, continúa siendo espíritu e inteligencia y nos e le puede condenar al olvido y al abandono.

Diremos también que la declamación, como el libro, juega un papel importante en la difusión de la poesía.  He participado en cuantiosos recitales con declamadores como William Ames, Víctor Vásquez, Eulogio Pesantes, Leonardo Cuba, Alfredo Olmedo, Jorge Corzo, Martha Isarra y Ricardo Elías Rosselló, verdaderos maestros en este arte, cuya labor, apostólica y ad honorem, es digna de encomio, porque difícilmente – por no decir imposible-  en el Perú se paga una entrada por escuchar poesía.

Si la selección de poemas aquí antologados no satisface plenamente al lector, o al crítico, me justificaré diciendo que no todas las uvas del racismo tienen el mismo gusto en nuestro paladar, o simplemente argüiré que los errores o falencias son cosas del corazón.

Después de todo, el verdadero escritor no trabaja para los críticos ni para ganar dinero; trabaja para manifestar lo que tiene dentro de su alma y de su corazón, con la esperanza de dar un poco de luz y de consuelo, o alguna enseñanza a las personas de todas las clases, extrañas a la literatura, pero  que necesitan apoyo moral y orientación en su vida cotidiana frecuentemente difícil y dolorosa.  La verdadera literatura no es un juego ocioso de los literatos, sino una gran obra de caridad humana y de misericordia espiritual.

Concluyo,  manera de confesión, manifestando que el amor más extraño que he conocido es el que profeso a Gabrielle, Hámnet, Alesia y Magari, mis cuatro hijos.  Un amor unigénito e inefable como la literatura, pero sin el cual mi vida no tendría razón de ser.





LA ETERNIDAD DE LA PALABRA EN LA POÉTICA DE
ALBERTO VALCÁRCEL

Alocución dada por Guillermo Delgado en el Club Puno el 07 de Noviembre del 2003.  Mesa conformada por César Ángeles Caballero, Omar Aramayo, José Luis Ayala, Alberto Valcárcel  y Guillermo Delgado.


Tuve la satisfacción de presentar en Mayo de este año junto a Omar Aramayo y César Ángeles Caballero, el poemario “Vuelco a pasos” de Alberto Valcárcel.  Esta noche, a solicitud de Alberto, me cabe el honor de presentar sus “Cantos extraviados” junto a dos poetas conterráneos a él: José Luis Ayala y Omar Aramayo.  Si a esto le sumamos el hecho de que la presentación se lleve a cabo en el Club Puno.  Yo, como hombre de emociones profundas, correspondo a esta petición de Alberto Valcárcel con mi gratitud eterna por este gesto suyo que me enaltece y me hermana con el pueblo puneño.  Alberto es un hombre dueño de un corazón untado de agradecimiento; la dedicatoria de estos “Cantos extraviados” así lo ratifican: “A Don Luis Jaime Cisneros / maestro de humanidad / monte donde se esfuman los ingratos / sabia compañía”.  Salvado el camino de las gratitudes, tan intimistas pero necesarias, pasaré a hablar del motivo que nos reúne:  los “Cantos extraviados”, no sin antes indicar, que la interpretación personal de un poemario puede o no concordar con lo que el poeta quiso expresar.

Considero que lo importante no es tanto el descubrir el mundo del poeta, sino el universo que nosotros descubrimos gracias a su voz, a su palabra, a su poesía.  De ahí que todo lo que yo pueda manifestar esta noche, es sólo una hermenéutica muy propia, pero que de uno u otro modo, nos servirá para penetrar en la poética de los ”Cantos extraviados” de Valcárcel.

La eternidad de la palabra en la poética de Alberto Valcárcel nos remonta al pasado, trascendiendo la realidad fugaz.  La creación de los 16 poemas que conforman el libro data de 1969, es decir, cuando el poeta ha cumplido ya los 25 años y sus ojos se han llenado de experiencias que serán vitales en la conformación de su cosmos poético.

En 1965 lo encontramos trabajando en las haciendas de su padre, manejando un tractor e intimando en duras jornadas con los campesinos puneños del caserío de Pedro Vilca Apaza: Sabino, Pedro, Nazario, Manuel,  Teófilo, Benito y tantos otros que perdurarán no sólo en la memoria del poeta sino que también se inmortalizarán, como decía Unamuno en la palabra escrita.  El oficio terrígeno y sacrificado de estos hombres se ve unido a la figura de José Carlos Mariátegui a través de un poema que lleva un extenso título: “Has construido hombres en medio de este canto que es mañana”.  Es común en la obra poética de Alberto Valcárcel los títulos hiperbólicos, hecho poco frecuente en la poesía, peor que en lo intrínseco ya dicen mucho sobre el poema que rotulan.  Esto de los títulos extensos se justifica, pues, Alberto es un hombre que piensa en poesía.  Es notoria también en su poética la falta de puntuación y la reiterativa destrucción de la sintaxis, algo tan común en poetas como Moro, Oquendo Eielsom, West Phalen y el Vallejo de “Trilce”, “Poemas humanos” y “España, aparta de mi este cáliz”.

Leamos el poema aludido: 


HAS CONSTRUIDO HOMBRES EN MEDIO
DE ESTE CANTO QUE ES MAÑANA

A Sabino, Pedro, Nazario, Manuel, Teófilo y Benito, campesinos puneños del
Caserío de Pedro Vilca Apaza

José
Carlos
de fuego
y fábrica cuando te nombro
se me crispa la sangre
y se pone de pie
frente a las gentes
Mariátegui
de pan mayúsculo
cuando te canto
aquí
fuera del tiempo
se me viene a la boca
tu gran recado maduro
y lo regalo marchando
y lo grito aún durmiendo

¡Oh la estación presentida!
José
Carlos
Mariátegui
en esta nuestra hora
de gritos y de penas
todos
deben empuñar su cólera
y salir a las calles
a combatir por los pueblos

¡ah
José Carlos
Cantando!

Cantos Extraviados y Vuelco a pasos” (Alberto Valcárcel – Lima Biblioteca Nacional de Perú, 2003.  Pág. 49 – 50)

Notamos que Mariátegui es llamado “de fuego y fábrica” y “Pan mayúsculo”.  Fuego y fábrica”, es decir, fuego = rebeldía, fábrica = hechura. “formado en la rebeldía”, en esa disconformidad con lo establecido por la sociedad, esa sociedad injusta con sus leyes arbitrarias que atentan contra los derechos del hombre del ande.  Luego “Pan mayúsculo”. Pan = símbolo de lo divino, de lo deífico en su más alto grado.  “Cuando te nombro se me crispa la sangre”.  Identificación del poeta con las ideas de Mariátegui hasta lo subversivo.

Más adelante dice Valcárcel “Se me viene a la boca tu gran recado maduro / y lo regalo marchando / y le grito aún durmiendo”.  La alusión a los 7 ensayos (tu gran recado maduro) es notoria.  Libro que como bien dice César Ángeles Caballero “abrió una trocha en el conocimiento e interpretación de nuestra realidad peruana”.  La temática de los “Cantos extraviados” es heterogénea, primando un tanto el quehacer social, los recuerdos familiares, los amigos, todo esto en una atmósfera de recuerdos, nostalgias y dolor.  Esto último se acentúa en el poema titulado, “Día sin fecha quiere decir Eugenio”, conjunción de versos plagados de un lenguaje hermoso y de un inapreciable lirismo.  En este poema la muerte de Eugenio rompe la unidad de vida de todos quienes lo conocieron y lo amaron.  El valor de las personas se mide por el tamaño del vacío que nos deja; por la desolación que nos produce y el desamparo en que nos sume.  Al menos así me ocurre con ciertas anuencias.  Como si la casa en que nací ya no estuviera más, como si el árbol frondoso de amigable sombra fuera de pronto talado sin remedio.  En el pequeño medio, en esa especie de minoría dentro de otra minoría que somos los que gozamos y padecemos la poesía, estas ausencias como la de Eugenio se notan mucho más.  Producen remezones de los más altos grados de la escala.  Así, en el Poema de Alberto Valcárcel, la muerte de Eugenio trastoca la armonía de todos los que han quedado sumidos en la desgracia de su ausencia.   La vida ya no es la misma a partir de entonces, la muerte se presenta como trastornadora de aquella.  El desconsuelo y la incertidumbre se apodera de los amigos cotidianos: de Raúl, de Lucho, de Edilberto, de Javier y del mismo Alberto, quienes sienten que la paz se ha desvanecido y que la muerte no es más que un adiós eterno.

Pero en la última estrofa parece que esos corazones compungidos recobran un hálito de esperanza “partiendo detrás de su memoria”, es decir, el compromiso personal de nunca olvidarlo


DIA DIN FECHA
QUIERE DECIR EUGENIO

a).         Y bien Eugenio
has roto la unidad
con tu silencio

La honda que ahorca estática
y muda permanece
nos cuenta tu existencia
de rojo carpintero
arando en el infierno
del llanto y la sonrisa
masando este cantar
aún en la alegría
de vivir penando.

b).         Raúl siempre contento
si vieras cómo a ratos
su paz se desvanece
y Lucho taciturno
me cuenta de otras cosas
y Edilberto envuelto en sus
trajines eléctricos
no sabe lo que hace
mientras Javier
sigue escribiendo
sin tinta
y sin sabor.


c).          El río en que te fuiste
hermano Sucasaca
está inundando todo
lo nuestro y lo que dejas
y todo es una lágrima
feliz
por tu recuerdo blanco.

Entonces Eugenio
amigo nuestro
nunca te pongas triste
(el día que partiste
callado como un niño
nos hemos idos tantos
detrás de tu memoria
nos hemos ido juntos
en busca de la dicha).


(Ibidem Pág. 52 –53)

Hay un poema que merece mención por cuanto está dedicado a Arturo Peralta Miranda, más conocido como Gamaliel Cuarta, aquel viril poeta autor de un libro de gran trascendencia en la comprensión de nuestra historia: “l pez de oro”.  Riva Agüero calificó al Inca Garcilaso como “forjador de peruanidad”, el mismo epíteto utilizó Porras Barrenechea refiriéndose a Ricardo Palma, creo que Cuarta, por asumir desde adentro el legado mágico y mítico de los andes, por su tentativa de “quechunizar” y “Aymarizar “ el español adelantándose a lo que Arguedas descubriría años después y por su fe en el poder creador del hombre andino y su futuro cultural, también merece figurar al lado de Garcilaso y Palma como “forjador de peruanidad”.  De allí que Valcárcel puneño como Cuarta y conocedor de este legado cultural, rinde su homenaje a la obra y la amistad de Gamaliel en el poema “a mi me dio muchas palabras y yo nada”

(Lectura 55)

Notamos que este es un poema impregnado de remembranzas, ternura y gratitud hacia el maestro.  Hay otro poema, breve él, que me ha llamado la atención con una suerte de curiosidad, debido a que el título está conformado por cinco palabras y el poema por siete, se llama “Crítica de la razón violenta”, poema dedicado a Camilo Torres.  Antes de leer el poema, quisiera contar algo sobre este personaje Camilo Torres era un estudiante de la Universidad Nacional de Bogotá donde era condiscípulo de García Márquez.  Un día Camilo arreglo sus cosas, se despidió  de su enamorada, abandonó la universidad, fugó de su casa y, decidió marcharse al Seminario de Chiquenquire, a unos 120 Kilómetros de Bogotá.  Su madre lo alcanzó en la estación del ferrocarril y lo encerró en su biblioteca, como buscando que se le pase la locura del sacerdocio.  Pero Camilo era un hombre de decisiones firmes y con el tiempo partió a Europa y regresó a los 10 años a Colombia convertido en Sacerdote.  Tiempo después entró en un hospital militar a visitar a un amigo y luego no se supo nada de él.  Unos meses después el gobierno colombiano anunció que había reaparecido como guerrillero raso en el Ejército de Liberación Nacional.  Murió el 05 de Febrero de 1966, a sus 37 años, en un combate abierto con una patrulla militar.  Escuchemos la voz de Valcárcel en su homenaje póstumo al sacerdote guerrillero.



CANTO COMPLETO

Arequipa
es un dorado membrillo
en medio de la estepa
el canto triste y dulce
de la chicha ya madura
la voz de las espigas
y la primera voz
que ardió
en el pecho de los hombres
al pie de las sequías.

Arequipa
no es el aturdido vuelo
de las águilas en celo
es el frescor que amamantan
las lechugas
el húmedo sabor de los sillares
el viajar de las manzanas
por los huertos arco – iris
y el regreso del tiempo
por calles y por prados

(Ibidem Pág. 57)

Huelgan los comentarios.  El último poema que voy a comentar, pues, no quiero abusar del tiempo concedido, es “Rodeos aledaños desde la torre de mi casa”, un poema con recuerdo netamente familiares, y que a la manera de “A mi hermano Miguel” de Vallejo, Valcárcel nos hace entrar en el ámbito íntimo de su niñez.  Es un poema de construcción metafórica excepcional, de gran aliento poético,. Donde el pasado es parte de la familia, de la casa y es llamado familiarmente “rato viejo”.  Descomponiendo la metáfora tendríamos: rato = tiempo, viejo = pasado, tiempo pasado.  Este “rato viejo” se encuentra en el ámbito de la casa en forma omnipresente.  En un verso que dice “hemos roto, casi todos los muebles del hogar”, comprendemos que son los niños que en sus diarias travesuras van destruyendo los muebles de la casa, marcando así el paso del tiempo.


RODEOS ALEDAÑOS
DESDE LA TORRE DE MI CASA

A mis hermanas
Jurema, Zarela y Pola, paseando por las tardes de Juliaca

Ya
rato viejo

Me parece estar
en la cocina calentando
un poco de arroz
de ayer

Mamá se preocupaba demasiado

Éramos chicos
rato viejo
sólo teníamos hambre
y soledad

Yo y mis hermanos Maruja y Enrique
(y Martha la que menos hizo)
hemos roto
casi todos los muebles del hogar
los adornos de la sala
la azotea
donde nació el abuelo
que siempre nos compraba helados
“cuidado se resfrían...”
me suena en las orejas.

Y luego
las canciones de papá y mamá
“no se destapen”
recuerdo sus vigilias
(mamá siempre despierta cuidando
que la noche no asuste el sueño de sus hijos)

Nunca hay parientes
mis tíos ignorados
¿entiendes?

Ya rato viejo

pequeño sabio
eres de la familia
y te queremos mucho
pero
retíralo todo
¿ya?

(Ibidem Pág. 63 - 64)

Quedan muchas cosas por decir, pero creo que con lo manifestado hasta aquí, podemos tener una idea cabal de que nos encontramos ante un valioso libro y ante un poeta que está dejando un legado imperecedero no solo para la poesía peruana, sino para la de habla hispana.  Creo que llegará el día en que el centralismo de los críticos miopes con sus armadijos y sus argollas nefandas deban ceder sus sillones pontificales de la crítica peruana para dar paso a muchas voces que, como la de Alberto Valcárcel, tienen un lugar ganado en base a talento y arduo trabajo poético.

Muchas gracias.






EL TORO POR LAS ASTAS

Conferencia dada por Guillermo Delgado en la Facultad de Ciencias Histórico Sociales y Educación de la Universidad Nacional “Pedro Ruiz Gallo” de Lambayeque en Octubre del 2003.  En la mesa de ponencias Pablo Guevara, Oswaldo Reynoso, Miguel Garnett y Guillermo Delgado.



Así como el estudio de la pintura o de la música sólo puede realizarse viendo u oyendo pinturas o cuadros, el de la literatura sólo puede hacerse leyendo obras literarias, sean estas poemarios, novelas, cuentos, relatos o ensayos.  Pensar en una metodología didáctica púnica para enseñar literatura es incurrir en un error tan grande, como el querer analizar la superficie de Marte o los anillos de Saturno sólo provistos de un telescopio casero.

Es absurdo pensar que el estudio o el análisis de la Divina Comedia puedan hacerse con los mismos métodos o técnicas con que podemos estudiar el Quijote de Cervantes o el Ulises de Joyce.  Esto implica que las técnicas sobre las que se cimienta la metodología, son tan diversas, que es imposible afrontar un estudio serio, disciplinado y científico de la literatura desde una sola óptica.

El tema de esta ponencia es “¿Cómo enseñar literatura?: Losa métodos didácticos literarios”.  Un tema que engloba muchas aristas y cada una de ellas con cuestionamientos diversos.  Entrar al tema de cómo enseñar literatura sin analizar la problemática existente en lo que a enseñar literatura se refiere es caer en un autoengaño.  Esta problemática conlleva necesariamente a reflexionar sobre la situación en que se encuentra el maestro que muchas veces no percibe un estipendio lo suficientemente holgado como para poder hacerse de una biblioteca básica con al cual poder atender las necesidades de sus alumnos; un maestros que muchas veces echa mano de un texto escolar deficiente (como es el caos en el mercado); libros que lejos de ayudar y orientar al estudiante en su camino hacia una cultura, no hacen más que confundirlo con sus metodologías obsoletas, sus imprecisiones supinas o con  sus cuestionarios estériles y caducos:  Maestros que muchas veces ignoran que antes de abrir un poemario o una  novela para compartir con sus alumnos, primero se debe establecer una empatía con ellos, para contar así con un auditorio más predispuesto a disfrutar de la belleza y la sabiduría que encierra un texto literario; maestros que han hecho de los trabajos de grupos una herramienta que, en la práctica, ha demostrado su insuficiencia para lograr el objetivo buscado, maestros que a veces mandan a leer libros que ni ellos mismos han leído, creando entre el alumnado un clima de zozobra y un desconcierto tal que muchas veces los vemos  de un lado a otro como Diógenes modernos, buscando a un adulto que les explique el porqué le han mandado a leer un libro tan extenso como “En busca del tiempo perdido” de Marcel Proust o libros tan intrincados para su pensamiento como el “Ulises” de Joyce o la “Divina Comedia” del Dante.  Tomado el toro por las astas, el saldo no es nada favorable para la literatura, que tiene ante ella a un alumno que rechaza al profesor y que termina despreciando un curso que le resulta árido, fatigoso, ininteligible y casi imposible de digerir.  Libre el camino de obstáculos tan engañosos, pero de necesaria y urgente mención, podemos entrar al tema que hoy nos reúne.

Así como el estudio de la pintura o de la música sólo puede realizarse viendo u oyendo pinturas o sinfonías, el de la literatura sólo puede hacerse leyendo obras literarias, sean estas poemarios, novelas, cuentos, relatos, fábulas o ensayos.  Pensar en una metodología didáctica única para enseñar literatura es incurrir en un error tan grande como querer analizar la superficie de Marte o los anillos de Saturno provistos de un telescopio casero.  Es absurdo pensar que el estudio o el análisis de la “Iliada” puede hacerse con los mismo métodos o técnicas con que podríamos estudiar el “Quijote” o el “Edipo rey” de Sófocles.  Esto implica que, las técnicas sobre las que se cimienta una metodología, son tan diversas que es imposible afrontar un estudio serio, disciplinado y científico de la literatura  desde una sola óptica.  A grandes rasgos debido a que el tiempo del que dispongo así me obliga, debo decir que una metodología sea cual sea ésta, debe abordad de tres modos simultáneos el estudio de la literatura:  mediante la lectura continuada de obras literarias, mediante la explicación de textos y mediante la Historia literaria como instrumento auxiliar.  Los tres modos son  importantes , y los tres exigen idéntica atención o intensidad.  El comentario y la explicación de textos será más efectiva cuando más se haya leído y cuanto mejor se conozca la Historia literaria.  Un texto literario puede ser una obra completa (un cuento, una novela, una tragedia, un drama, una fábula, un poema, etc.) o un fragmento de una obra.  En mi opinión, basado en un trabajo de campo de más de treinta años, un texto a analizar no debe pasar de treinta versos o de quince líneas si es que hablamos de prosa.  ¿Y esta brevedad por qué?  Porque una explicación de texto opera en profundidad y no en extensión.  Si el texto fuera muy largo tendríamos que limitarnos a exponer unas cuantas ideas vagas y rápidas acerca de él.  La esencia de aquel fragmento se nos escaparía forzosamente.  Si queremos explicar un texto no podemos comenzar por descomponerlo.  El comentario tiene que ser, a la vez, del fondo y de la forma, entendiéndose por fondo a los pensamientos, sentimientos, ideas, etc., que hay en una obra y por forma, a las palabras y giros sintácticos con que se expresa el fondo.  Si hiciéramos una comparación con el cuerpo humano, el fondo vendría a ser el organismo y la forma l piel.  Muchas veces se confunde lo que es una explicación de textos con a paráfrasis, es decir un comentario amplificativo en torno a lo que un texto dice.  Imaginemos que se no pide explicar estos conocidos versos de Jorge Manrique.

Recuerde el alma dormida
Avive el seso y despierte
Contemplando,
 cómo se pasa la vida
cómo se viene la muerte
 tan callando,
cuan presto se va el placer
 como después de acordado
da dolor
 cómo a nuestro parecer
 cualquiera tiempo pasado
fue mejor

He aquí un posible tipo de paráfrasis:

“Jorge Manrique, el gran poeta elegiaco español, nos dice en estos versos que en la vida debemos estar atentos porque la muerte puede sorprendernos cuando menos lo esperamos así lo han comprendido las personas que saben, que al ser la muerte algo inevitable, debemos estar preparados para ello”

Y así podríamos seguir indefinidamente, dando vueltas en torno al texto de Manrique, como camellos sedientos alrededor de un pozo, sin entrar de lleno en su hondura, sin saber qué hay dentro.  No faltará quien quiera agregarle una graciosa coletilla al “comentario” indicando que “Estos versos son muy bonitos, elegantes, son agradables al oído y elevan nuestro espíritu a alturas inimaginables.  Y además forman una copia de pie quebrado”  Otro error en el que podemos incurrir es el de utilizar el texto como  justificación para exponer nuestros conocimientos histórico – literarios.  Algo así por ejemplo:

“Estos versos son de Jorge Manrique.  Este  poeta nació en Paredes de Nava (Palencia) el año 1440.  Tal vez haya sido la mejor expresión poética del siglo XV en España.  Jorge Manrique, al igual que su tío poeta Gomes Manrique, luchó al lado del infante don Alfonso y doña Isabel en contra del marqués de Villena.  Murió luchando frente al castillo de Garcimuñoz en 1479.  Toda su celebridad se debe, indudablemente a las “Copias a la muerte de mi padre”

Notamos, pues, que nuestro analista se va por las ramas más altas, utilizando como caballo de batalla, el texto como justificación, pero sin explicarlo.  ¿Qué es entonces una explicación de textos?  Es ir razonando palmo a palmo el porqué de lo que el autor ha escrito, es un ir dando cuenta, a la vez, de lo que un autor dice y de cómo lo dice.  Por otro lado, es necesario precisar que no existe un comentario único, debido a que la cultura, la sensibilidad, la minuciosidad y hasta la habilidad de los posibles  analizadores nunca será la misma.  Peor, en un plano elemental o superior, serán buenas todas las explicaciones que, razonadamente, establezcan una relación clara y ordenada entre el fondo y la forma de un texto.  Cabe anotar que para un comentario de texto es preciso combinar una serie de condiciones personales (sensibilidad, agudizar disciplina, vivencias, originalidad, metodización y hasta algo de intuición) con un conjunto de conocimientos elementales que el alumno irá adquiriendo en la escuela, tales como los que provienen de la gramática, historia de la lengua.  Teoría Literaria e Historia de la Literatura.  Pero también los conocimientos adquiridos en el campo de la religión, geografía, historia, filosofía, sociología, economía, psicología y otros, pueden resultar útiles al comentar o explicar determinados pasajes gran parte de la obra era de Ezra Pound requiere conocimientos del proceso histórico – económico de la Europa de comienzos del siglo XX novelas como “Quo Vadis” de Seinkiewicz o el “Ben Hur” de Lewis Wallace nos invitan a repasar la religiosidad del pueblo romano en épocas de Nerón; las novelas de Verne nos remiten a la geografía y a la astronomía, “La guerra y la paz” a la historia y a la sociología “Crimen y castigo” y “Madame Bovary” a la psicología; la lista podría resultar interminable.  Un buen método didáctico – literario debe comenzar por una atenta lectura de texto sin confundir comprensión con interpretación.  En esta primera etapa podríamos denominar Lectura atenta del texto lo único que debe interesarnos es entender el texto en su conjunto y en todas y cada una de sus partes.  Supongamos que debemos explicar el siguiente sexteto de Rubén Darío.

Va la manita en el teclado
como si fuera un lirio alado
lanzando al aire la canción,
y con una sonrisa placentera
sonríe el viejo de Gorguera
en los tapices del salón

Como la primera  etapa consiste en comprender bien el poema, será necesario buscar en el diccionario las palabras cuyo significado se ignora: manita, lirio, alado, gorguera, tapices.  Con esto habrá terminado  la primera etapa: ya conocemos el sentido literal del texto.  En una segunda etapa tendremos que Localizar el Texto.  Localizar un texto literario consiste en precisar que lugar ocupa ese texto dentro de la obra a que pertenece, y el lugar que ocupa dentro del conjunto.  En conclusión, es preciso localizarlo, con la localización del texto comienza propiamente el ejercicio de la explicación.  En una tercera etapa resulta imprescindible determinar El tema del texto.  Tomemos la famosa letrilla de Góngora “La más Bella niña” para ejercitarnos en esta etapa y en las que siguen.  El poema se nos presenta en forma de remansillo:

La más bella niña
de nuestro lugar
hoy viuda y sola
y ayer por casar,
viendo que sus ojos
a la guerra van,
a su madre le dice
que escuche su mal;
Dejadme llorar
Orillas del mar.

Pues me diste madre,
 en tan tierna edad
tan corto el placer,
tan largo el penar,
y me cautivaste
de quien hoy se va
y lleva las llaves
de mi libertad
Dejadme llorar,
orillas del mar.

En llorar conviertan
mis ojos de hoy más
el sabroso oficio
del dulce mirar.
pues que no se pueden
mejor ocupar,
yéndose a la guerra
quien era mi paz
Dejadme llorar
orillas del mar

Todos conocemos la noción de argumento.  La usamos a diario, cuando hablamos del “argumento de una película o una novela”.  También un poema, breve como este de Góngora, posee su argumento.  Este sería más o menos así: “Una muchacha de gran belleza, al ver que su amado parte a la guerra, cae en un estado de angustia, pues, sabe lo que guerra significa para aquel que participa en ella.  Ante su madre, que la asiste, la muchacha no puede ocultar su pena y desconsuelo y rompe a llorar”.  Vamos a llamar, por cuestiones didácticas asunto al argumento de un texto.  Lo que hemos hecho para determinar el asunto es reducir el poema, pero conservando, en sustancia sus detalles más importantes.  Si del asunto quitamos todos los detalles y definimos sólo la intención del autor al escribir esos párrafos, obtenemos el tema.  Lo que Góngora se propuso fue describir el angustiante lamento de una muchacha por el ser querido que está ausente.  Este es el tema, la semilla primigenia del fragmento.  Para expresar el tema, Góngora inventó los elementos del asunto (el matrimonio truncado la guerra, la madre que escucha los lamentos de la hija, la decisión de la muchacha de permanecer célibe “esperando” el regreso del amado, etc.)  Podemos agregar que el núcleo fundamental es la angustia (radical de una muchacha).  Concluyamos esta tercera etapa manifestando que para fijar el tema, debemos intentar dar con la palabra abstracta que sintetiza la intención primaria del escritor.  La definición del tema será, pues, clara, breve y exacta.

Una cuarta etapa de la explicación de textos requiere determinar con precisión cómo está compuesto éste.  Algo así como la determinación de la estructura.  Así como el pintor compone las masas, los colores, las figuras, los matices y todos los elementos que componen el cuadro, el músico su pieza musical ordenando las notas, los ritmos, las cadencias, los acordes y las gamas, así como el escritor compone el texto en apartados.  En el caso de una novelista, este distribuye los acontecimientos en capítulos;  el dramaturgo en actos, escenas y cuadros, el cuentista, en párrafos.  En el caso de esta letrilla de Góngora, encontramos tres apartados bien definidos: el primero compuesto por los versos que van del primero al décimo verso, el segundo, del verso undécimo al vigésimo y el tercero que va del verso vigésimo primero al trigésimo.  En el primer apartado domina la nota fundamental de la angustia que siente la muchacha; en el segundo; esta angustia va acompañada de un ligero reproche hacia la madre por haberla incitado a esa relación amorosa que ahora la llena de pena; en el tercer apartado, la angustia arrastra a la muchacha a la resignación, pues, teniendo conciencia de la partida del ser amado sin esperanza de regreso, cae en la cuenta de que sus ojos ya no estarán llamados a mirar, sino a llorar el dolor que le causa la ausencia del ser que ama.  Notemos que el rasgo nuclear y fundamental del tema, la angustia de la muchacha, está presente en los apartados.  Los apartados se caracterizan y distinguen entre sí porque el tema adquiere en cada uno de ellos modulaciones más o menos diversas.  Cabe hacer la siguiente salvedad: no siempre cada apartado coincide con cada estrofa en cuanto a poesía se refiere.  Si fuera así, entonces en un soneto, que como bien sabemos es un poema compuesto por dos cuartetos y tercetos, tendríamos siempre cuatro aparatados.  Se entiende que estoy hablando del soneto castellano, pus bien sabemos que el soneto, pues, bien sabemos que el soneto inglés está conformado por tres cuartetos y un dístico.  Una quinta etapa de esta explicación estaría determinada por el análisis de la forma partiendo del tema.  El comentario del texto se basa íntegramente entre la relación prevista entre el tema y la forma, a esto llamamos principio fundamental.  Este principio tiene que comprobarse y esta comprobación debe ser una verdadera explicación pormenorizada.  Pasemos al ejercicio didáctico que hemos escogido, en este caso, la letrilla de Góngora “La más bella niña”

Apartado primero:

La más bella niña / de nuestro lugar / hoy viuda y sola / y ayer por casar.  Aquí no se menciona matrimonio alguno y ya hay viudez;  es decir, la muchacha obtiene una “viudez” entre comillas, puesto que, al haber entregado su corazón al amor de un hombre al no estar este presente, su recuerdo será como una viudez, puesto que nadie deja de amar porque se le antoja, sino que es el tiempo quien lo determina (recordemos los versos inmortales de Neruda:  “Es tan corto el amor y tan largo olvido”)  Continuamos:  Viendo que sus ojos / a la guerra van / a su madre dice / que escucha su mal: / Dejadme llorar / orillas del mar”.  Tampoco se menciona al amado, pero se le sugiere en una hermosa metonimia: Viendo que sus ojos.   Aquí el amado está representado por sus ojos, los ojos que ella ama, por esa mirada que despertó en ella el amor.  (Chocano en su poema “Declaratoria” del libro “Versos de la adolescencia” nos dice.  “Yo te amo / te lo he dicho con los ojos / por lo ojos se mira el corazón...”)  Los versos: Dejadme llorar / orillas del mar”, reflejan la angustia por incertidumbre de no saber si regresará o no.  Si tuviéramos que establecer un paralelo para comprender mejor esta parte, pondríamos como ejemplo el siguiente: Un pariente muy querido sufre de cáncer y está siguiendo un tratamiento de quimioterapia.  Todo va muy bien, pero siempre nos queda la angustia de que la enfermedad está latente y de que en cualquier momento la mejora podría revertirse.  Vamos viendo como nuestro análisis va confirmando lo que hemos denominado el principio fundamental, prosigamos.


Apartado segundo

Pues me diste, madre / en tan tierna edad / tan corto placer/ tan largo penar /.  La muchacha recrimina sutilmente a la madre ser la causante de su angustia por haberla incitado a tener amante y, que después de haber accedido a esta presenta felicidad esta se ve truncada por el alejamiento que por otro lado desconocemos.  Si es voluntario o no.  Y luego prosigue: “Y me cautivaste / de quine hoy se va / y lleva las llaves / de mi libertad”.  Aquí notamos también que la raíz de la angustia es la espera y la inacción, pues, ya que ha comprometido su palabra de amor, su libertad está coactada por lo menos hasta que no haya un desenlace que está unido al futuro, a la incertidumbre de no saber si el amado regresará o no.  Su libertad se halla pues, presa de esta incertidumbre.



Apartado tercero

En este último apartado la angustia parece convertirse en resignación total:  En llorar conviertan / mis ojos de hoy más / el sabroso oficio / del dulce mirar / pues no se pueden / mejor ocupar / yéndose a la guerra / quien era mi paz”.  El amor, aquel sentimiento sublime, casi deifico, que hace la vida más llevadera, ha desaparecido con el ser amado, con aquel “quien era mi paz”.  Ese amor carnal que apacigua, razón de la existencia, se esfuma de un momento a otro y, eso, es para ella igual que la muerte a plazos, una agonía de a pocos.  Esto lo comprendemos mejor quienes hemos dejado de amar y vemos que la vida se va volviendo estéril, rutinaria, árida, hogaña, sin esperanza, el futuro ya no cuenta; la paz del espíritu y del alma ya no están más con nosotros, se han ido y en su lugar sólo nos queda un Para qué quiero la vida si no tengo tu amor.





LA MUERTE BUENA DE IVO MORÁN

Alocución dada por Guillermo Delgado en la Feria del Pacífico en Abril del 2004

Quiero comenzar esta líneas manifestando que ésta no es más que una interpretación personal sobre una obra de arte, una aproximación arbitraria a la verdadera intención, si la hay, de lo que el artista en este caso el escritor Ivo Morán, ha querido expresar a través de la palabra escrita:  sus frustraciones, su ideología, sus amarguras, sus efímeros momentos de felicidad, sus reflexiones filosóficas, sociales, en líneas generales su disconformidad con el mundo que le ha tocado vivir, disentimiento, por otro lado, que comparto desde la primera página del libro hasta la última.  Cuando un libro es una autentica obra de arte, surge el problema de no saber por dónde empezar, pues, tiene tantos espacios que invitan a la reflexión, que  no resulta fácil ordenar las piezas de este ajedrez.  Hay libros que cuando uno los lee asoman, inexorablemente el recuerdo de otros tantos que acompañaron nuestra vigilia de antaño. “La muerte buena” es uno de ellos.  No he podido evitar, al recorrer las 87 páginas que componene el libro traer a mi memoria el “Meter Camenzind” y el “Knulp” de Hermann Hesse, “La naranja mecánica” de Anthoni Burgess, “El aburrimiento” de Moravia; “El mundo como voluntad y representación” de Arthur Schopenhauer en “El guardián en el centeno” de Salinger por citar sólo algunos.  Ya la sola mención de estos autores nos indica la calidad y magnitud de esta novela que, según tengo entendido, es la octava de la obra novelística de este joven escritor.  Lo primero que llamó mi atención fue el manejo del humor, factor del cual han hecho ascos un gran número de autores adscritos a la tradición de que la novela degenera, precisamente por el humor, en subproducto literario o, cuanto menos en género menor.  Uno de estos “renegados” era Mario Vargas Llosa quien, después de “Pantaleón y las visitadoras”, se retracta en forma tajante.

Saliéndonos un poco del tema de este comentario sobre el libro de Ivo Morán, cabe destacar la valentía con que el autor de “La ciudad y los perros” se rectifica de sus errores (confróntese, como ejemplo, el artículo sobre el cantante jamaiquino Bob Marley en “El lenguaje de la pasión”., artículos, ediciones El país, 2000)

Volviendo a lo nuestro, y tomando como guía a Vargas Llosa, éste manifiesta que “Pantaleón y las visitadoras” fue la novela que le sirvió para descubrir el humor en la literatura (porque primero quiso contar esa historia en serio, y se dio cuenta de que era imposible, ya que esta historia, en serio, era increíble, nadie podría aceptarla).  “Y fue que descubro que hay ciertas historias que sólo se pueden contar con una vena risueña” (Diálogo con Vargas Llosa”, Ricardo A. SEIT.  Cosmos – Editorial, S. A. Tercera Edición – Méjico 1988).  Ivo Morán ha ido más allá, ha logrado contar esta historia aunque parezca paradójico, en serio y risueñamente.  No ha echado mano de un humor ácido, virulento, sino que ha construido parte de la novela con ese humor tan típico del teatro y del cine italiano de actores como Alberto Sordi, Ugo Tognazzi, Marcello Mastroaini o Vittorio Gassman.  Pero para llegar hasta allí, Morán ha sabido, sabiamente, tomar distancia de los hechos para evitar ser el autor cómplice de lo que narra.  Tengo la seguridad de que Ivo Morán debe haberse divertido mucho escribiéndola, como yo, leyéndola.

Para dejar este punto, quiero indicar que en algunos cuentos de Moravia, encuentro este “humor serio.  La disconformidad por lo establecido de la que he hecho mención anteriormente, cobra en Ivo una dualidad: el personaje central a quien me voy a tomar la libertad de llamar Ivo Morán, como el autor del libro, se rebela contra los que permiten que las cosas sean así, torcidas, y contra los que hacen que las cosas sean así; algo así como opresores y oprimidos, cómplices de que el mundo camine patas arriba.

El contenido de la novela no es intrincado.  Ivo Morán viaja a España a cobrar una deuda.  Allí se encuentra con Miguel, un amigo de antaño, y le cuenta sus intenciones a través de un traficante de armas, el Borrado, Ivo consigue una Colt 38 por veinte mil pesetas.  Miguel pensaba que Ivo sólo pensaba asustar a Víctor, el deudor; pero se equivocó.  Al ver que éste no piensa pagarle, lo mata.  Luego en compañía de Miguel y de una francesa, conviviente de Víctor se deshace del cadáver, el cual termina triturado entre los dientes de una moledora de carne en una fábrica de embutidos.

Ya de regreso en el Perú, Ivo va a casa de sus padres no sin antes obsequiar a Panfrancés, Gargantelata y Menestra un “choricito español de pimiento”, el cual, los vagos, comen con gran fruición. “- Cuñau, carne de qué mierda es esa ah?”, preguntaron después.  “De humano, en España hacen unos choricitos de humanos con pimiento que están como cañón”, dice Ivo socarronamente y acordándose del triste final de Víctor.  Luego Ivo deja caer su automóvil en un acantilado y todos lo dan por muerto.  Ya en su “otra vida”, se aloja en un hotel de Surquillo y encuentra trabajo como camarero “con un sueldo de mierda”, en Barranco.  Luego se compra una ametralladora que, coloca en una maleta, es llevada por Ivo a todas partes como quien lleva un celular en la mano.  Conoce a una muchacha, Aurora, que vive en los Barrios Altos y que se ganaba la vida como cantante de valses, Ivo le dice llamarse Renzo.  Ella lo lleva hasta su casa y allí conoce a sus padres y la mísera vivienda donde habita.

El padre, que era sastre, lo invita a que se quede, “para tomar desayuno”.   Allí Ivo se entera que la madre de la muchacha está resentida con unos vecinos que dicen que su hija es una puta.  Al enterarse la anciana de que Ivo tiene un arma en su maletín, pide que se la presten.)

“La madre de Aurora no intervenía, y Aurora se divertía con la conversación entre el sastre y yo.  Y creías que haría justicia matando al administrador y a los clientes? – inquirió el sastre.

- Si estaba seguro de ello – aseguré.  Pero ya pasó el momento, así que quiero ver qué hago con la ametralladora.

- Hegel, un gran filósofo alemán, decía que todo se puede perdonar menos el crimen contra el espíritu – agregó el sastre.  Se trata acaso de algún crimen espiritual del cual quieres ajustar cuentas? – preguntó.

-  ¡Por eso! – Interrumpí, -el crimen contra el espíritu es el crimen contra la dignidad social, y los que se aprovechan de  la dignidad y explotan a los demás, no tienen perdón.

-  Es un tema muy complejo Renzo, habría que conversar largo y tendido al respecto, pero ahora desafortunadamente tengo que continuar con la confección de un traje que me ha encargado Carlitos Berquemeyer, quizá a él también lo pondrías en la lista de los que vas a ejecutar.

El sastre se levantó de la mesa, acomodó la servilleta al lado de su taza como debe haberla acomodado cada mañana y dio un beso a su silenciosa mujer, otro beso en la frente de la bella Aurora y se retiró dejando su aroma a lavanda en el aire.

La madre de Aurora se levantó y mediante una seña pidió a su hija que se acercara a ella, le susurró unas palabras en el oído y ambas salieron de la cocina.  Al cabo de diez minutos regresaron y Aurora se sentó jugando con las servilletas.

-  Mi mamá dice que le hagas un favor - ¿Qué cosa?, con gusto.  Es la señora muda? – inquirí dirigiéndome a la madre con respeto, Aurora contesto por ella: no, no es muda Renzo, sencillamente no le gusta hablar, se ha pasado la vida escuchando y por eso es feliz, mi padre se enamoró de ella porque no hablaba nunca más de la cuenta.

-  Eso sí que es virtud en una mujer – añadí.  Me ha pedido que le prestes tu ametralladora para matar a unos vecinos que dicen que soy una puta, y nos han humillado muchas veces – informó Aurora.

-    Por supuesto – faltaba más – contesté con cortesía ante la iluminada observación de su simpática y misteriosa madre.  Abrí el maletín y extraje el utensilio de limpieza.

-   ¿Sabe utilizar la ametralladora señora? – La madre se acercó a Aurora y susurró palabras en su oído.

-   ¡No!, no sabe, pero ha visto algunas películas, dice que se la des ya cargada, igual se va a poner tan cerca de ellos que no podrá fallar.

-   ¿Hay niños allí? – pregunté.  La madre sacudió la cabeza en señal negativa, se acercó a Aurora y susurró.  Mi mamá dice que son una pareja y que sus hijos ya no viven con ellos, los han dejado y olvidado.

-   Eran muy malos y les pegaban.  Conozco la historia, se pasaron la vida humillándolos.

-   Es un caso complicado – expliqué, porque seguro son pobres y yo no mato pobres, sin embargo, no puedo negarle un favor a alguien que hace un café tan rico, y además, yo no seré quien dispare, en este caso, soy el Pilatos del peliculín.  – Rastille el arma y le quité el seguro poniéndola en la mano de la vieja como si se tratara de una diploma de graduación.

-   ¡Qué emoción! – exclamó Aurora.

(...)Un día después desperté algo más temprano, salí al pasadizo en mi casa del cielo y caminé hasta la ducha, salté en el hilo del agua fría, tras unos minutos, saliendo, oliendo a Lux, me crucé con el ángel barrido: me miró feo y gruñó.  La tuya! – le dije por si las moscas:  al ángel gruñó aún más.  Bajé peinadito y me acerqué al kiosco: allí estaba la noticia:  “Balacera en Barrios Altos”  “Desconocidos encapuchados irrumpieron en casa de una pareja en Barrios Altos, y abrieron fuego con sus armas automáticas matándolos en el acto, junto a ellos fueron ejecutados dos desconocidos que la policía aún no ha podido identificar  ¡Mierda! – pensé, la vieja muda se ha cargado a cuatro personas, y que yo sepa no llevaba ninguna capucha.  La prensa suele exagerar, y luego de leer el artículo completo, comprendí, que la mayoría de crímenes en Lima, eran interpretados, comentados y fabricados por la prensa.  Ya me imagino la mierda que habrían hecho los gobernantes con ínfulas de dictadores... La ametralladora estaba debajo de mi cama”.  (“La muerte buena” Ivo Morán; Ediciones MARIBELINA, sello editorial d e la casa del poeta peruano –mayo del 2003: págs. 7º0, 71...  73).
Luego de esta apretada síntesis, regreso al análisis de la obra.  La novela es una novela de desarrollo lineal, quizá con ligeros regresos al pasado, el personaje central, Ivo Morán, nos cautiva por su sinceridad, por su coraje, por su sarcasmo, por su imaginación, por su falta de seriedad para tomar las cosas más simples o complejas y esto, porque sabe que en un mundo como el que vivimos no vale la pena ser serios y que el buen humor es una buena filosofía de vida, un buen antídoto contra la miseria que nos rodea.  Acaso no nos provocan risa los patrioteros discursos de nuestros congresistas, las declaraciones contradictorias del Presidente, las promesas que no se cumplen, nuestra T.V., etc.

Las reflexiones descriptivas de Ivo Morán pulverizan, rompen todas las poses prototípicas con que a veces nos contaminamos, el intelectual con sus gruesos anteojos y su libro bajo el brazo (dicho sea de paso uno diferente cada día); los rostros severos, adustos y decididos de nuestros “padres de la patria” que con el índice apuntando hacia el cielo nos dicen “cuidado, yo estoy aquí para servir al pueblo”.  Estos prototipos llevan a través del libro nombres como “compratodo”; “cometodo”; “sacafotos”; “lustraobjetos”; “gastatodo”, “enseñatodo”; “pantallamaterial” o “tragatodo”.  Todo esto acompañado de un argot que me hace recordar el lenguaje de esa pandilla londinense en “la naranja mecánica” de Burgess.

Quienes hayan leído la novela o hayan visto la versión cinematográfica de Stanley Kubrick, recordarán el nadsat, una jerga plagada de palabras de origen ruso.  Ivo Morán personaje reniega del Perú no porque sea un antipatriota ni mucho menos, sino porque no es una racista ni un patriotero, esos dos flagelos que no hacen que este Perú cambie.  En algunos pasajes leemos “y de la gran mierda que era Lima”; “miraban el avión con gestos de melancolía deseando subir en él largarse de una vez (del Perú); “y el avión aceleró remontando las nubes y dejando atrás  toda la miseria e informalidad de Lima”.  Acaso no hay un cuento de Ribeyro que, hablando de un personaje ahogado en el río Rímac, concluye “muriendo en un río de mierda, de una ciudad de mierda en un país de mierda”.  Esta insatisfacción hace de un personaje que quiere hacer algo por su país, pero que se encuentra con todo ese flagelo que ha hecho del Perú lo que el Perú es, un país corrupto, sin oportunidades, atrasado, ignorante hasta lo grotesco, frívolo y, lo que más los subleva, poblado por gente indiferente y pasiva.

Ivo Morán personaje quiso hacer patria, pero la humanidad con sus deshumanización y sus pendejadas, lo han llevado a las cuerdas para aniquilarlo.  Lo grandioso es que Ivo personaje salta del cuadrilátero privando a su opresora humanidad de verlo tendido en la lona.  Pero Ivo personaje toma su venganza cuando finge su suicidio; así, a su opresora humanidad le quedará la duda de que si fue derrotado o no, o, en el peor de los casos, los ha privado del placer morboso del verbo hecho un guiñapo.  Esto del suicidio fingido de Morán es sumamente interesante y me parece.  La parte más grandiosa que tiene el libro:  el rompimiento de Ivo personaje con su pasado (familia, amigos); la ruptura con ese mundo rutinario, afectado, frívolo, injusto, que lo oprime al punto de llegar al homicidio.

Asmus, nombre con el que era conocido Matías Claudius, nos habla del aniquilamiento del individuo.  Asmus lo llama metamorfosis trascendental.  Schopenhauer, suicidio.  Dice Schopenhauer que el suicidio, lejos de negar la voluntad de vivir, la afirma enérgicamente.  Pues la negación no consiste en aborrecer el dolor, sino los goces de la vida.  El suicida ama la vida; lo único que le pasa es que no acepta las condiciones en que se le ofrece.  Al destruir su cuerpo no renuncia a la voluntad de vivir, sino  a la vida, con lo cual paradójicamente, pone fin a todo el sufrimiento que lo agobia.  Con su supuesto suicidio Ivo Morán rompe con su pasado.  Ahora llevará una vida nueva, en el cielo como él dice (no ven que está muerto).  Pero no tardará en descubrir que ese cielo esa otra vida que ahora lleva en otro estrato social, no se diferencia mucho de su “vida anterior”.  Todo este cambio de una vida a la otra por así decirlo, nos es contada entre burlas, sarcasmo e ironías donde muchas veces lo trágico resulta cómico.  Al final Ivo Morán llegará a al selva donde parece ser que encontrará la paz tan ansiada; paz consigo, tregua final con el mundo adverso que lo rodea.





ANGELES CABALLERO Y ALBERTO VALCÁRCEL:
ORILLAS DEL MISMO RÍO EN QUE SE NUTREN”

Alocución dada por Guillermo Delgado en el Club Puno,
 viernes 01 de Abril del 2005


I.                  

Me complace de manera especial presentar este libro porque la vocación literaria de César Ángeles Caballero, su tarea investigadora esforzada y fecunda, y los temas de estudio y de búsqueda  por los que es tan versado en discurrir, me han acercado a él constantemente a través no sólo de su persona, sino de sus libros, valiosos materiales  de cabecera que han ocupado mis noches frecuentemente.  No mencionaré en esta ocasión su abundante obra, seria y madura, porque siendo esta reunión motivo para presentar el libro “Alberto Valcárcel: poeta entre dos orillas, me  debo a una disciplina silogística, aunque la inmensidad del contenido de este libro de riquísima indagación e interpretación, colisiones con la brevedad obligatoria de estas líneas.  Lo primero que hay que resaltar es la sapiencia y Valentía de César Ángeles Caballero, que por encima de apasionamientos y contubernios, hace un estudio de un poeta vivo, cuya obra, meritoria y auténtica, así lo justifica,.  En un país donde nuestros estudiosos de la literatura tienen una afición necrológica, dónde se espera pacientemente que los artistas se mueran para brindarles todo tipo de homenajes y laúdes para celebrar y valor su labor artística, la voz de Ángeles Caballero se eleva por encima de estos gustos necrósicos y nos entrega este valioso estudio sobre la obra de Alberto Valcárcel,  una primera lectura de este ensayo nos indica ya, que su ritmo se caracteriza desde el primer momento por la investigación auténtica expresada con agilidad, penetración y confidencia.  Desde las primeras páginas notamos también cómo su autor ha tenido la maestría de mostrarnos la excelsa cualidad de comunicarse con el lector en un tono familiar sin que decaiga la nobleza y brillantez de sus ideas.


II.               

Clorinda Matto de Turner, en un apunte biográfico escrito en 1887, citado por Udislao Zegarra y Araujo, decía que puno había sido la cuna del primer estadista que había tenido el Perú, hombre de cerebro frío y calculador, en cuyo corazón ardía el escondido fuego de los volcanes para arrebatarlo con las sublimes llamas de un “patriotismo puritano”.  Este hombre, al que la célebre autora de “Aves sin nido” hace mención, fue el doctor José Domingo Choquehuanca, recordado por su famoso discurso que dirigió a Simón Bolívar.  A las palabras de Matto de Turner  agregaría también que Puno es la raíz de una estirpe de eximios ensayistas, poetas y músicos como Federico y Ernesto More, Mariano Cornejo,. Gamaliel Churata, Alejandro Peralta, Dante Nava, Luis de Rodrigo, Emilio romero, Alberto Cuentas, Emilio Armaza, Aurelio Martínez, Edgard y Teodoro Valcárcel, José Luis Ayala, Omar Aramayo y tantos otros cuya enumeración nos llevaría varios minutos, pero que son un indicativo necesario para visualizar lo fructífero que ha sido y es el departamento de Puno en cuanto a todo aquello que está relacionado con la cultura. 

También de Puno han brotado hombres de voz censuradora y conducta viril que no tuvieron temor alguno en levantar el dedo acusador contra el abuso y la expoliación.  Uno de estos rebeldes fue Juan Bustamante, apodado el “Viajero” y “El Inca”, dos motes que de por sí definen lo que hizo y lo que en esencia fue:  un solitario luchador contra la omnipotencia gamonal de un parlamento y de un gobierno que, en ejemplo cínico de cómo la administración republicana aplica el principio de la soberanía popular y vela por el respeto a los derechos del hombre y del ciudadano, decidieron el exterminio de los explotados de Huancané, allá por l1850.  En su libro “Viaje al viejo mundo”, nos dice Bustamante: ...

“Saca el gobierno del departamento de Puno una suma de trescientos sesenta mil pesos en tributos de distintos nombres a cuál más repugnante (...) setenta y dos mil pesos le corresponde en esa carga anual a mi provincia, y a pesar de semejante sacrificio se le tiene a Puno con un mal hospital y con un colegio todavía pero; establecimientos únicos y dotados tan mezquinamente que ni la caridad puede practicarse en el primero, ni dar en el segundo una enseñanza regular.  Ese mismo olvido, ese mismo abandono y desprecio alcanzan a las pocas escuelas diseminadas por las provincias, y a las cuales no se atiende sino con algunas pensiones insignificantes y con los no menos insignificantes recursos del ramo (...) ¿Será oportuno que yo me pronuncie aquí contra los tantos y tan extraños abusos existentes, anatematizando la reprensible conducta de ciertos mandarines, de ciertos jueces, de ciertos sacerdotes y en particular de los señores gobernadores? Necesariamente había que hacerlo aun cuando no consta que la verdad no es del gusto político de muchos. (...)  Imposible que yo resista al deseo que me anima para que de una vez se corten desórdenes y vicios intolerables y, que recobrando su imperio, la ley y la justicia entren a los pueblos por la senda de su prosperidad”., concluye Bustamante.


III.            

Después de lo expuesto hasta aquí, resulta paradójico entonces observar como en los estudios literarios realizado por nuestros historiadores de la literatura peruana, estos se limitan muchas veces a encumbrar escritores con un criterio limeñista y centralita, dejando de lado a toda una constelación de poetas y narradores provincianos cuyos méritos les otorgan el derecho a figurar en antologías oficiales de las cuales son ignominiosamente marginados.  Salvo honrosas excepciones, esta tiranía selectiva se cumple a rajatabla.  El psiquiatra austriaco Sigmund Freud en “El porvenir de una ilusión”, escrito que data de 1927, nos advertía que son muy pocas las personas capaces de una visión total de la actividad humana en sus múltiples modalidades: ...

“La inmensa mayoría de los hombres, acotaba Freud, se ha visto obligada a limitarse a escasos sectores o incluso a uno solo.  Y cuanto menos sabemos del pasado y del presente, tanto más inseguro había de ser nuestro juicio sobre el porvenir”.

Para nuestra fortuna, César Augusto Caballero no encaja en esta estirpe de “Críticos ciegos” que representan a toda una casta forjada entre el compadrazgo y la argolla; linaje grotesco de criticastros que por tener acceso a  una columna o página editorial en algún periódico o revista, se creen ungidos por la saya episcopal o por la mitra del sumo pontífice.  En este mundo de tecnología que nos toca vivir, los lazos de comunicación y los valores han sido reemplazados por el individualismo y la amoralidad.  A los hombres de ciencia como Maxwel y Faraday debemos el descubrimiento de las bondades del electromagnetismo con sus múltiples aplicaciones que sorprendieron y maravillaron a los hombres del siglo XIX y XX.  Electrodomésticos,   máquinas industriales, telégrafos, timbres, teléfonos y tantos otros accesorios que hicieron que la humanidad diera un paso gigantesco en el campo de la civilización y la cultura.  Pero seguramente Maxwell y Faraday nunca imaginaron que el imán y su magia electromagnética, seria usada durante la Segunda Guerra Mundial en el construcción de minas destinadas a hundir barcos y acabar con la vida de miles de seres humanos.

Sea cual sea nuestra concepción religiosa, el hombre siempre ha tenido una inclinación hacia la búsqueda de una divinidad.  Desde el deísmo tardío de Voltaire hasta la instauración  del dualismo de Descartes en la filosofía moderna, la búsqueda de un ser supremo que explique el porqué de nuestra existencia ha ocupado gran parte de la vida de los hombres en su encuentro con el cosmos  y he ahí , que en medio de la vorágine y el caos destructivo que nos envuelve, se eleva la poesía como una azucena en un pantanal para hacernos ver que estamos vivos y que el arte en todas sus manifestaciones puede hacernos seres merecedores de la creación divina.  Y ya que de arte estamos hablando, entraremos de lleno al motivo que esta noche nos convoca, a la presentación del libro “Alberto Valcárcel:  poeta entre dos orillas”, de César Ángeles Caballero, no sin antes agradecer al Club Puno y a todos sus miembros, por permitirme llegar a todos ustedes y extenderles mi gratitud por esta deferencia y esa generosidad provinciana, tan acogedora y cálida; tan digna de resaltar y que caracteriza el pueblo puneño.


IV.            

Creo que este libro nos hubiera nacido si no se hubiera dado una empatía literaria.  Alberto Valcárcel y ángeles Caballero son los forjadores de este libro; el primero aportó el heroico metal de su poesía, su prosa tan llena de imágenes y metáforas y una vida transparente y señera; del segundo fueron las agotadoras madres de insomnio que acompañaron una ardua investigación y un certero análisis del material creativo de una vida consagrada a la creación literaria.  Un investigador de gran aliento como Ángeles Caballero no hubiera podido crear un libro majestuoso si no hubiera contado con la complicidad de un poeta como Valcárcel, cuyos libros de poesía y prosa generan en nosotros, asiduos y tenaces lectores, cuantiosas emociones que despiertan nuestra sensibilidad, transportándonos a un mundo de belleza que sólo, la palabra brotada de un corazón puro, es capaz de generar.

Ángeles Caballero recorre como un río inquieto cada una de las facetas que Valcárcel, a lo largo de más de treinta años, ha ido desarrollando:  la de poeta, la de prosista, la de periodista.  Ángeles Caballero ha tenido la paciencia que lo ha llevado al cincelado de una artesanía maestra.  Su salto felino, su toque de esgrima, su contradicción aparente, su risueña ironía junto al razonamiento consistente y la transparencia expositiva esbarizan hacia finales conclusiones.  La energía plástica de su estilo, la penetración psicológica de su talento, su vocación de una poesía y una prosa vasta y versátil como la de Valcárcel, tan plena de bellas descripciones de lo que es el Perú desde el mar o el río impasible, hasta la selva seductora, sobre la cual ondula el sueño de la poesía como una centella pánica.  El libro que presentamos tiene la sincronización de un reloj suizo;  Ángeles Caballero ha tenido el buen tino de distribuir los acápites del libro con la visión del pedagogo más que del académico: eso sólo se logra cuando el investigador está más atento al provecho común que a la vana ostentación del saber propio. Una breve introducción donde se justifica el porqué del nacimiento de este libro, prosigue con una biocronología del autor, material valioso que nos servirá para penetrar en la vida literaria, política y personal de Valcárcel; datos tan necesarios para entender una obra que tiene ingredientes tan personales como aparecen en “Vuelco a pasos” y “Poemas corales”.  Escuchemos a Valcárcel en un poema de su poemario “Vuelco a pasos.

Abre este Vuelco a Pasos
lector
Si el amor crees o ya no
tienta tu melena que a los vientos
silba
sin detonar el pentagrama.

Torna sus páginas candentes
una
por otras concentradas
suspira
un cernícalo acechado
colibrí
convertido en este enamorado.

Nadie se muere siempre
fluye
sangre luminosa y curva
sobrio
respiro eterno por mi Dama.

Lima, 18 de Diciembre de 2002


V.               

Prosigue Ángeles Caballero con una bibliografía clasificada para entrar en el corazón de este valiosos estudio:  el itinerario temático y el contenido vivencial.  En el contenido vivencial, Ángeles Caballero da rienda suelta a su meticulosidad investigadora digna del más destacado entomólogo para hablarnos de personajes epónimos de nuestra historia y muestra literatura que aparecen en la obra de Valcárcel.  Así vemos desfilar a Garcilaso, a Pedro Vilca Apaza, a Gamaniel Churata a Mariátegui o a Luis Valcárcel.  La crítica de Ángeles Caballero se torna dura y ácida, algo propio de una personalidad  caudalosa y potente, tan azogada y múltiple.  Hablando del Inca Garcilaso de la Vega, Ángeles Caballero nos dice: ...

GARCILASO: EL PRIMER CHOLO.-  En su momento y a su turno cuestionaremos el mal llamado indigenismo literario y su continuidad en el “neo – indigenismo”; estas denominaciones son absurdas, postizas y extrañas; creemos y sostenemos la vigencia de Garcilaso, como el forjador y el hito inicial del cholismo literario, así como de la más pura y exacta peruanidad.  Étnica y literariamente Garcilaso el Inca, es el primer cholo, nato y neto, luego vendrán, el universal César Vallejo, el trascendental Mario Florián y una extensa y fecunda relación de otros cholos vitales.

Finiquita su estudio Ángeles Caballero con una bibliografía, una antología y una iconografía que le da al libro un toque fascinante e intimista.  Gracias a esta iconografía, vemos a Valcárcel en compañía de los que aun están y en la de los que partieron hacia esa eternidad misteriosa en que se encubre la muerte.  Qué enternecedor resulta ver a Alberto devolvernos a los nuestros a través de la magia de la fotografía:  Paco Bendezú, Mario Florián, Alberto Tauro, Javier Sologuren, Washington Delgado, Jorge Cornejo Polar, Aurelio Miroquezada, Luis E. Valcárcel, César Miró, Jorge del Prado, César Calvo y tantos otros cuya estela de recuerdo y ausencia nos conmueve en lo más hondo.  Qué vanidad la de Valcárcel dirán los hombres de poco entendimiento y menos juicio.  Pero, como puede haber vanidad en el desprendimiento del hombre que da luz a las nuevas generaciones documentos iconográficos de gran valía, privándose así del valor cualitativo e intrínseco que guarda dentro de sí, paradójicamente, lo inédito.


VI.            

Otra faceta de Valcárcel, tan importante como su labor poética, es su obra en prosa.  La seducción que nos provoca la prosa poética de Valcárcel puede ser interpretada de modos distintos desde una óptica estilística, pero en última instancia será siempre un misterio de arte, una refulgencia recóndita.  Su “Cantares de Maruja Acuña” continúan el camino, como bien lo manifiesta César Ángeles, de la literatura de viajes o de la literatura paisajista.  Es interesante recordar que el interés por la literatura de viajes puede ya advertirse en las publicaciones peruanas del siglo XIX.  En el periódico “El Heraldo”, publicación limeña cuya breve vida – tan sólo dos años, 1853 – 1854 – acoge noticias de libros de viajes sobre el Perú.  Muy pocos libros se difundían sobre esta materia hasta entonces Antonio Raymondi en el Tercer Volumen de su monografía “El Perú” (Lima, Imprenta del Estado, 1879) dedicado a la historia de la geografía peruana, acomete con precisión bibliográfica la tarea de revelar el considerable caudal de conocimientos sobre el espacio territorial del país, aportado por los viajeros hasta esos años, aunque excluía, a como bien señala Estuardo Núñez en su libro “La imagen del mundo en la literatura peruana”, a los no especializados en la materia geográfica por él tratado.  Juan Bustamante, cuyo libro “Viaje al antiguo mundo” he mencionado al comienzo de esta alocución, precede su relato por los países europeos con un recuento de sus viajes por el Perú, desde Puno, por Cusco y Ayacucho, hasta Lima, siguiendo la ruta de Huancavelica, Huancayo, concepción, Tarma, Cerro de Pasco y Canta.  Aquí me parece oportuno detenerme para establecer un paralelo entre la prosa, más de tono periodístico y ensayístico de Bustamante, y la proeza poética y refinada de Valcárcel.  Cabe anotar también que la percepción de Bustamante es la de un hombre del siglo decimonónico (Bustamante Nació en l808 y murió en 1868, mientras que la de Valcárcel es la visión del hombre del siglo XX.  Hablando del distrito de Cabanillas de la provincia de San Román, departamento de Puno, dice Bustamante lo siguiente: ...

Cabanillas, lugar de mi educación, es una aldea miserable con un río cuyas aguas si se les diera nueva dirección podrían servir para el juego de diferentes máquinas, y para el regadío de inmensas pampas sumamente llanas y estériles por falta de riego.  Pocos meses de trabajo me costó el abrir una parte de canal habiendo que arrasar un peñasco de extraordinaria dureza, fabricando después allí mismo un puente, y teniendo al cabo que abandonar ambas obras, pero con el intento, y la esperanza en la Providencia, de que he de concluir un día puente y canal, llevando las aguas de aquel río hasta las mismas puertas de Cabanillas, en beneficio de sus moradores no menos que de las producciones de que su suelo es susceptible en cuanto el arte le asista con el principio vital que la naturaleza quiso negarles.

Ocasión era esta para que yo expusiera los tanto y tan diversos obstáculos como tuve que vencer al emprender esas obras de utilidad común.  Pudiera también apuntar los infundados recelos, las pobres desconfianzas de mi Prefecto, quejándose además de la indolencia de muchos hombres, y del ningún auxilio que entre ellos encontré, pero pasé todo al olvido, y no quede en mi corazón sino el firme propósito de que las locuras de Bustamante se lleguen a recordar un día con interés y provecho de los habitantes que le vieron nacer y crecer.

(Juan Bustamante, “Viaje al Antiguo Mundo”: Festival del Libro Puneño – Segunda Edición – Marzo 1959 –Lima – Perú; Págs.: 25 –26)


Escuchemos a Valcárcel a su paso por Cabanillas: ....

La llegada del tren era la mayor fiesta del pueblo en Cabanillas.  La estación ferroviaria está custodiada por enormes, añosos y verdes eucaliptos, a cuyos pies se apostan vivanderas que venden caldos de secretas fórmulas, choclos alegres y chicharrones de llama y alpaca que saben apartar los fríos invernales.

Distrito de Juliaca, Cabanillas fu asiento de tránsito de las huestes imperiales durante el incario.  Ya en el virreinato, famosos arrieros que hacían la ruta Córdova, Potosí, La Paz, Puno, Arequipa y Lima descansaban y se aprovisionaban en Cabanillas.  Con el  tiempo, el pueblo fue centro de una gran feria dominical de productos agrícolas, ganaderos y de especias, Gentes llegadas de Chile, Bolivia, Argentina, Paraguay intercambiaban los más variados productos, siendo el trueque la fórmula perfecta 4 sacos de cebada y 8 quesos por un ternero:  l7 sacos de papas, un tercio de coca y una arroba de chuño, por un caballo; dos arrobas de choclos, 3 ponchos y 3 sacos tunta, por un torete; y así, cada quien intercambiaba con el vecino lo que le hacía falta.  Desfilaban por el campo ferial vicuñas, llamas, alpacas, camperas, frazadas, chaquitillas, lana, trigo, sankayos, airampo, tunas, menestras, metales preciosos, pan... y ninguna reyerta.  Así, en todos los pueblos del sur.

Alberto Valcárcel, “Cantares de Maruja Acuña”. Biblioteca Nacional del Perú –fondo Editorial – Lima 2000, págs. 45 –56)

Para ilustrar mejor las diferentes visiones de estos dos viajeros púnenos, Bustamante y Valcárcel, presentó la percepción de ambos con respecto a la provincia puneña de Lampa.  Dice Bustamante: ...

Lampa, capital de la provincia, es otro pueblo cuyo vecindario se distingue por medio de un carácter pacífico, honrado, industrioso y lleno de devoción.  Hay en ese pueblo un hermoso templo, y sobre el río que baña sus orillas un puente nuevo de tres ojos y bastante prospecto, debiéndose su construcción a la actividad y a los esfuerzos de aquellos vecinos, no menos que a la generosa constancia del Sr. Pimentel que fue años atrás su subprefecto.

La particularidad más notable de ese pueblo está en los minerales de Pomasí, en muy buen pie hoy día, pero que si el Gobierno impulsara su laboreo con los medios de que puede disponer, y obrando como se lo manda el deber, serían aquellas minas, sino más, tan ricas como las mejores del Perú, pues que con tener hoy tantas bocas, todas ellas están vírgenes por decirlo así, y máxime si se comparan con las del Cerro de Pasco convertido ya en su verdadero esqueleto.

Así es que Lampa no es ahora lo que en otro tiempo se decía de ella;  esto es que era – un puente en seco, una pila sin agua, y una torre en riña.  Tiene, al contrario, buen puente, agua sobrada, aunque con respecto a la torre preciso es confesar que par que se quite su calificación de estar reñida con la iglesia lo que se necesita es derribarla y ponerla en su lugar correspondiente.

(Juan Bustamante, op. Cit. p; 26)

Sobre Lampa, la pluma de Valcárcel manifiesta:...

“Como una flor de sankayo que aminora el ventisquero, Lampa tiene 10 pétalos de almíbar:  Canilla, donde el sol toma una siesta; Calapuya, la posada del trueno; Lampa, corazón del tiempo detenido; Nicasio, pozo donde la luna enjuaga sus velos;  Oscuviri, alcaoba de los perseguidos; Palca, río interior; Paratía, cielo verde sostenido por un beso; Pucará, pétalo de la montaña y púlpito de Simón Bolívar; Santa Lucía, estación de los que llegan a quererse, y Vila Vila, brazo extendido y solidario”.

(Alberto Valcárcel, op. Cit. p. 69)


Es fácil concluir luego de la lectura de estos fragmentos que la diferencia es obvia:  es la prosa de un ensayista, el caso de Bustamante; y la prosa de un poeta, el caso de Valcárcel.  Ninguna es superior o inferior a la otra; estamos frente a dos formas narrativas diferentes.  Casos como estos hay muchos en la literatura.  Vaya como ejemplo “La guerra del fin del mundo” de Vargas Llosa y “Los Sertones” de Euclides Da Cunha.  Ambas novelas tienen como fondo la guerra de Canudos; la primera es una de las mejores novelas en prosa de Vargas Llosa; la segunda, una de las más bellas novelas latinoamericanas escrita en una prosa poética admirable.


VII.         

Cieza de León, en su memorable “Crónica del Perú”, señala enfáticamente que no sólo son importantes las hazañas de los conquistadores, sino que hay cosas dignas de perpetuar en la memoria, se refiere Cieza a la descripción de las provincias del Perú, algo que admirablemente ha hecho Alberto Valcárcel en su “Cantares de Maruja Acuña”

Dice Cieza de León en la dedicatoria dirigida a Felipe, príncipe de las Españas: ...

Muy alto y poderoso Señor:  como no solamente admirables hazañas de muchos y muy valeroso varones, sino infinitas cosas dignas de perpetua memoria, de grandes y diferentes provincias, hayan quedado en las tinieblas del olvido por falta de escritores que las refiriesen y de historiadores que las tratasen, habiendo yo pasado al Nuevo Mundo de Indias, donde en guerras y descubrimientos y poblaciones de pueblos he gastado lo más de mi tiempo, sirviendo a su majestad, a que yo siempre he sido muy aficionado, determiné tomar esta empresa de escribir las cosas de memorable y gran reino del Perú, al cual pasé por tierra desde la provincia de Cartagena, adonde, y en la de Popayán, yo estuve muchos años.  Y después de haberme hallado en servicio de su majestad en aquella última guerra que se acabó contra los tiranos rebeldes, considerando muchas veces su grande riqueza, las cosas admirables que en sus provincias hay, los tan varios sucesos de los tiempos pasados y presentes acaecidos y lo mucho que en lo uno y en lo otro hay que notar, acordé de tomar la pluma para lo recopilar y poner en efecto mi deseo y hacer con él a vuestra alteza algún señalado servicio, de manera que mi voluntad fuese conocida.

(Pedro Cieza de León, “La Crónica del Perú”., Espasa – Calpe Argentina S. A. – Segunda Edición, 1945. Pág. 25)

Emilio romero, escritor puneño de finísima y aguda prosa nos dice en un hermoso libro llamado “Perú por los senderos de América”, que Ezequiel Balarezo Pinillos, escritor y periodista, fino, distinguido y delicado como pocos en el Perú, que utilizaba el pseudónimo de Gastón Roger, fue el que inventó la frase que con el tiempo adquiría gran celebridad: PERUANICEMOS AL PERÚ.  Frase que poco después José Carlos Mariátegui popularizó comentándola, estudiándola, interpretándola y dándole el valor filosófico que hoy tiene.  Hay un libro de Mariátegui que lleva ese título.  El libro presenta una serie de artículos que el Amauta publicó en la revista “mundial” desde el 11 de septiembre de 1925 hasta el 19 de Mayo de 1929.  Como es sabido, la sección “Peruanicemos al Perú” fue inaugurada en “Mundial” por el mencionado Gastón Roger y en la nota de redacción al primer artículo de Mariátegui en este apartado, se indicaba que “aparecerán en adelante los artículos de tema y propaganda esencialmente nacionalistas que nos promete escribir nuestro distinguido colaborador José Carlos Mariátegui”. (Citado en “Peruanicemos al Perú”, José Carlos Mariátegui, Empresa Editora Amauta – Lima Perú  Pág. 7)

Estoy convencido de que los “Cantares de Maruja Acuña” ameritan tener como subtitulo PERUANICEMOS AL PERÚ, porque para amar al Perú hay que conocer su geografía; porque para amar al Perú hay que conocer su historia; porque para amar al Perú hay que leer lo que sus escritores escriben.  No hay duda, pues, de que César Ángeles Caballero a través de este libro, y Alberto Valcárcel, a través de su obra, están peruanizando al Perú.


VIII.      

Después de este paralelo entre Ángeles Caballero y Alberto Valcárcel no me queda más que decir, pues, el cariño y la amistad inmarcesible que me une a César y a Alberto es algo tan inefable, que no hay lenguaje escrito ni hablado que sirva para expresarlo.  Como invitado, quedó en libertad para leer un poema inédito de Alberto, a mérito de una íntima vinculación espiritual que me une con la persona a quien está dirigido el poema.  El poema lleva por título “Orfelinda Herrera de Ángeles nos visita”:...


ORFELINDA HERRERA DE ÁNGELES NOS VISITA

Estamos calmos
En la biblioteca
Y Orfelinda dice:

No se incomoden
Ahora vuelvo
Con leños grandes
para este frío.

César Ángeles
Caballero y gentil
Inclínase
Es el mejor pisco
De Ica son las pipas

Escanciamos

Un fuego sutil
Recorre los estantes
los libros cubriéndose
De luz.

Y otra vez
Orfelinda
Sostiene un bandeja
Donde flotan lustrosos
(Como algas tranquilas
por su mano dulcifica)
los dones anhelados
Sírvanse.

La humedad
 Se traga las solapas
hojas cosidas
de puro manuscrito

Orfelinda sonríe
Santa la voz afable
hasta nosotros

Un manto
             De hermosura
Nombre y trabajo
              retornados






POESÍA Y VERDAD EN LAS SILUETAS DEL TIEMPO

Alocución dada por Guillermo Delgado en el Museo Nacional de Historia en Mayo del 2006


Ancash, departamento norteño con sus 16 provincias, es un departamento con una riqueza geográfica, histórica y cultural que nos impresiona.  Inés Huaylas, hermana de Atahualpa tomada por esposa por el conquistador Francisco Pizarro era natural de Huaylas; el Mariscal Toribio de Luzuriaga nacido en Huaraz, acompañó a San Martín en su gesta emancipadora; Carlos Fermín Fitzcarral, aquel blanco corpulento de ascendencia inglesa, el más grande canchero que ha dado el Perú y el hombre que más hizo por el conocimiento de las tierras amazónicas también era ancashino.  Y de Aija surgió también Santiago Antúnez de Mayolo, cuyos méritos intelectuales son tan vastos en el campo de las letras como  en los de la ciencia, que necesitaríamos mucho tiempo par hablar de ello. Visto esto, no nos extraña entonces que Pedro López Ganvini, ancashino natural de Caraz, haya sacrificado noches de desvelo y meses de arduo trabajo para entregarnos este legado poético histórico donde se reúnen las voces de un gran número de poetas del departamento de Ancash. Sería una descortesía de mi parte, continuar con esta alocución, si antes no me detuviera para agradecer a Pedro López Ganvini y a la Casa del Poeta en nombre de su presidente y fundador José Guillermo Vargas, por esta gentil invitación para presentar la antología “Siluetas del Tiempo” y de conocer algunas reflexiones que sobre  poética han invadido mi pensamiento en estos últimos veinticinco años.

Mi primer contacto con la poesía ancashina se remonta al año 1967 – tenía entonces 13 años.  Fue cuando conocía Marcos Yauri Montero, profesor y poeta que había llegado d reemplazar al profesor de Historia del  Colegio donde estudiaba, quien había fallecido en un accidente automovilístico.  Yauri, persona de modales delicados y sencillos, había fundado en Huaraz, su tierra natal, el grupo literario “Piedra y Nieve”, círculo que editó durante siete años unos “Cuadernos Semestrales de Poesía”, ediciones poéticas similares a las que Marco Antonio Corcuera había editado en Trujillo allá por 1953:  los “Cuadernos Trimestrales de Poesía”.  A través de esos cuadernos que gentil como asiduamente me hacía llegar el profesor Yauri, conocí esa poesía ancashina tan llena de ternura, de lirismo dulce y balbuciente; tan variada en matices que interpretando el sentir colectivo, los entrega luego a las bocas del pueblo, para su anónimo esparcimiento.

El despertar del hombre al amor, aun al simple anhelo de amar, suele ser simultáneo del sentirse poeta para expresar sus ansias y sensaciones.  Es un hecho señalado en todas las historias de la literatura que la épica es anterior a la lírica y dentro de ésta que lo religioso precede a lo erótico. Sin embargo, en todo poema épico, hay escenas de amor y en ella se traslucen los sencillos modos populares que luego los poetas tomarán en serio y revestirán con ropaje artístico más complejo.

El amor ha sido el detonante, el común denominador que podría extraerse de la mayor parte de la poesía que el hombre ha escrito durante toda la historia.  El amor ese maravilloso sentimiento que, basado en la atracción de los cuerpos, puede llegar a fundir las almas.  Amores sensuales, tiernos, atrevidos, puros, cínicos, fugaces, resignados, dolientes, pasionales, toda una diversidad amorosa  se hace presente en las antologías, reafirmando el hecho de que el amor nutre a la poesía por muy diversos caminos.  El anhelo de amor es la primera y más importante de las fuentes de la poesía amorosa; después, el deseo de conseguir lo que se ama a lo que se cree amar.  Y luego sobreviene toda una escala de emociones: la felicidad de amar y ser amado, el dolor del que sufre desprecios, la angustia de los celos, la melancolía de la ausencia y de la muerte, al ira por la traición.  Y también, en tono menor peor no por ello menos importante, la galantería, lo anecdótico, lo descriptivo o la burla, la ironía y el despecho, ese despecho que ha hecho nacer tantas ofensas contra el amor y contra las mujeres.




Teófilo V. Méndez Ramos
(1894 –1954)

Seguiré mi camino
Seguiré mi camino soportando la carga
de un amor imposible.  Siempre fiel al Destino, seguiré mi camino.
sin sospechar siquiera que la jornada es larga.

Mi juventud marchita dirá de la tristeza
de los años vividos... y compasiva e inquieta,
mirarás al poeta
taciturno, que llora la sed de tu belleza

Sin poder consolarle de secretas angustias,
rezarás tus plegarias al Señor, sabio y bueno;
sin embargo, el veneno
del amor, mis mejillas mantendrá siempre mustias

Seguiré mi camino soportando la carga
de un amor imposible.  Siempre fiel al Destino,
seguiré mi camino
sin sospechar siquiera que la jornada es larga.

Evidentemente la interdependencia entre literatura y vida es innegable.  Creo que ambas se van forjando mutuamente.  Los artistas (músicos, pintores, poetas, escultores) captan las esencias, los anhelos que flotan en su comunidad y con todo ello construyen su obra, que luego es absorbida por su pueblo, hasta tal punto que toda una época llega a suspirar al ritmo que marcan a unos cuantos.  Podríamos decir que la época, con sus circunstancias, suministra el combustible, y los artistas encienden y alimentan la llama con que esa época se alumbra y vive.  Pedro López Ganvini, con su antología “Siluetas del tiempo”, enciende una llama que iluminará por siempre la creación poética surgida de los poetas ancashinos.

La historia nos ha enseñado que cada pueblo tiene una peculiar forma de mostrar el amor en sus diferentes facetas.  Desde la frivolidad de los poetas griegos, para quienes el amor era un juego, casi un deporte más, hasta los poetas romanos, hijos de una tierra más sentimental, el amor en la poética puede jactarse de tener un lugar de prevalencia.  Lo que en el griego Anacreonte es placer de ensalzar y evocar cosas placenteras y en Meleagro galanterías amables, suspiro, deseo o satisfacción, es ya en los romanos Catulo y Properico verdadero derroche sentimental.  Incluso el amor conyugal tiene su parte en la poesía romana.

Nadie puede negar que hay una interdependencia entre el sentir de un pueblo y la expresión de sus artistas.  Delicados hilos que van forjando etapas de la vida de una comunidad, junto con sus avatares de índole climático, social o político.  Eso es lo que se puede apreciar en esta antología elaborada por López Ganvini.  Todo un derrotero creativo que encierra más de un siglo de quehacer poético.  Aquí quiero detenerme, como ejercicio didáctico, en la lectura de un poema perteneciente a una poetisa que, según los datos proporcionados por el antologador, vivió 102 años, edad difícil de alcanzar.  La autora es Asunción Antúnez de Mayolo, nacida en la provincia de Aija en 1896 y fallecida en 1998.  Escuchémosla. ...

Al Zorzalito de mi jardín de Ahija

Hey, cuánto te quiero
mi Zorzalito feo!!!
Con tus patitas negras,
tus plumitas plomas
y tu piquito glotón;
con las papasecas y
trigo pelado
tendidas al sol.

Por eso nadie te quiere,
pero, yo, te quiero
mi trovador!!!

Tu canto es clarín
pregonando la alegría
del vivir!!!

En este poema se transluce en cada verso, en forma críptica, la influencia en el amor de la primavera, de las flores, de los pájaros, de los campos.  El Zorzalito, las papasecas, el trigo, el sol, son elementos poéticos de todos los tiempos, épocas y países, porque la naturaleza ha sido siempre amable encubridora de los petas, de los poetas que lo son, de los que intentan serlo y de los que nunca lo serán.

Otro aspecto esencial que encierra esta antología es la existencia de poemas donde converge el hombre con la naturaleza como en poemas como “Mirando a Aija” de Eva Bayona (Pág. 9) o “Allá en las sierras tranquilas y soleadas...” de Lidia Victoria Pando (Pág. 199) – André Maurois, en su libro “Aspectos del Amor”, describe la vida amorosa de diversas épocas francesas a través de importantes novelas galas y dice que Rousseau, con su novela “Nueva Eloisa” de 1761, fue el primero en introducir el elemento de la naturaleza en el amor.  A partir de esta novela los amantes salieron al campo, captaron la belleza del amor mezclado con sus emanaciones campestres.  De lo dicho hasta ahora, creo poder deducir alguna consecuencia general.  El hecho de que la poesía capta lo inmutable del amor, la atracción física que responde a una ley biológica, y que sobre esa estopa va tejiendo según la sensibilidad peculiar del momento los entramados sentimentales y esto nos lleva a una reflexión:  si las conquistas espirituales y sociales, los trastornos económicos y las crisis históricas van forjando la personalidad humana a través del tiempo y con ellas sus concepciones vitales haciendo del hombre y de la vida una complejidad ¿Por qué iba a ser distinto el amor?

Luego de esta introducción reflexiva e histórica, por demás necesaria, puedo decir que López Ganvini no ha pretendido hacer una antología de gran rigidez, sino que, como él mismo lo indica en el prólogo, el libro “Siluetas del Tiempo” es un inventario de los petas del departamento de Ancash.  De ahí que su labor de antologador esté al margen de todo prejuicio literario, de toda confesión escolástica.  De allí también la amplia libertad con la que ha reunido a un gran número de poetas de distintas intensidades líricas, cuyas voces no guardan la misma intensidad poética.  Más que juzgan esta antología como crítico, prefiero verter una opinión sobre el propósito que ha motivado a Pedro López Ganvini a realizar esta antología, intención que no es otra que dar a conocer a un público ávido de poesía, a una vasta multitud de creadores nacidos en las diferentes provincias del departamento de Ancash.

Nunca se ha podido hacer y nunca se hará una selección de versos que satisfaga a plenitud al crítico literario y al público.  Debemos considerar que una antología es la manifestación de una simpatía personal, de una afección espiritual íntima que por lo mismo, está expuesta a todos los debates; más aún, me atrevería a decir que una antología sintetiza un instante emotivo del recopilador, que nadie más que él puede justificar.  Y que mejor justificación podemos encontrar en López Ganvini que ese agradecimiento poético que le brinda a su departamento natal, gratitud convertida en libro a través de estas “Siluetas del tiempo”.  Encuentro que en la presente selección López Ganvini ha querido reflejar dos aspectos:  ha dado al público  lo que este anhela:  versos musicales, armoniosos, de fácil retención y técnica sencilla, pero sin olvidar que por encima de todo esto hay una sensibilidad poética exigente y fina y con la cual están las simpatías del seleccionador.  En una antología de este tipo hay que hacer uso de una transigencia extremada, como único medio de no dar una opinión desacertada e injusta.  Se justifica así la heterogeneidad de las diferentes composiciones que forma el presente libro.  Ya López Ganvini, con la rigidez, la responsabilidad y la seriedad que lo caracteriza, en nuevas ediciones sabía separar las rosas de los cardos.  López Ganvini tendrá que tener en cuenta que si bien estas antologías pueden ayudar a la aparición del poeta verdadero, también es cierto que puede darle cabida a los polizontes literarios que abundan en el mundo, que gustan de entrometer sus versitos melosos por todos lados.

Esta antología de López Ganvini es bueno como calmante para las horas de distensión que vive este mundo deshumanizado y tecnólatra que cada día cosifica al hombre como si fuera un objeto y no un  ser que piensa y siente.  Nadie podrá negar que la poesía, la música y la pintura surten más efecto que cualquier ansiolítico o agua de azahar.

López Ganvini se ha librado, debido a la finalidad que cumple esta antología, de uno de los escollos más espinosos que debe afrontar un antologador; el que supone dejarse llevar por sus propios gustos.  Uno de los problemas mayores que afronta la poética es que la tirada de los libros de poesía, casi siempre, es limitada, y esto, innegablemente, se dé a que la raíz del mal está en la falta de atención general hacia la poesía por parte del público; analizar las causas de esta desatención daría lugar a un esforzado y arriesgado estudio.

La propaganda que de ella se hace es escasa o nula.  Y la distribución, en el caso del Perú es casi siempre inexistente.  Es frecuente que el propio poeta, al publicar un libro, si es activo y aún se mantiene su entusiasmo, lo reparta de cualquier forma, entre amigos y conocidos y gente de letras de la que espera una opinión autorizada, un consejo o una crítica.  Y Además, estos pocos ejemplares que circula, sería mucho asegurar que después son leídos por sus destinatarios y no menciono entre todas estas calamidades que tiene que sufrir el poeta a esos “Amiguchos”, que una vez enterados de que uno ha publicado un libro, acuden presurosos a hacerse de un ejemplar gratuitamente, en vez, de cómo haría cualquier persona con un poco de decencia, pagar por el libro como una forma de alentar y enaltecer tan sufrida vocación.  Leí alguna vez que en una subasta pública el gran pintor holandés Rembrant pago 500 florines por un cuadro que no valía más que 20.  Cuando le dijeron que si estaba loco, el pintor, con el coraje y la valentía con que afrontó los avatares de su atormentada existencia, contestó con firmeza: 500 florines es un precio digno para enaltecer la profesión.  Recuerdo también que por lo primeros meses de 1990, acompañé más de una vez a mi amigo y profesor de teatro Ricardo Blume por las calles de Lima en busca de libreros que tuvieron la osadía de poner en venta su libro de artículos periodísticos titulado “Nada del otro jueves”.  Poseedor de cierta fama por las tablas de muchos países de América Latina, resultaba curioso ver a Ricardo Blume cargando sus libros, sus guías de remisión y sus facturas como un comerciante informal.  Aun guardo en mi biblioteca con mucho cariño y nostalgia el ejemplar que me dedicó que, por otra parte, me negué a recibir si él no recibía mi dinero por el costo del libro.

Dejando de lado las anécdotas que también son parte de la literatura, quiero indicar que la importancia real y, en definitiva, que la influencia de un  libro no está necesariamente relacionada con el número de ejemplares que circulan, ni con la cantidad de personas que lo lean.  Cuenta más quienes sean esas personas y el impacto que en ellas haga.

También hay que tener en cuenta que, si bien fragmentariamente, las revistas contribuyen a dar a conocer a los poetas de forma relativamente eficaz.  Cabe destacar aquí el papel que cumple la revista internacional de poesía “Olandina”, editada por la Casa del Poeta Peruano.

Las antologías, en general, tienen una difusión notoriamente mayor que la que puede tener el libro de un poeta; esto es comprensible.  Los antólogos cumplen además una importante función educadora; el ver a un poeta seleccionado puede inclinar al lector a adquirir alguno de sus libros – si por azar topa con él – y en todo caso contribuyen más extensamente a que la poesía haga acto de presencia en la cultura.  Posiblemente el momento actual de la poesía, en cuanto al interés del público hacia ella, dentro de su situación precaria, ha mejorado y las antologías pueden ayudar mucho par que un día, que por ahora  veo lejano, deje de ser un producto casi exclusivamente para el consumo de los propios poetas.  Un obstáculo inevitable que tendrá que afrontar López Ganvini es el de la “Crítica especializada”.  Dada la condición del hombre, dice Sábato, el artista tiene infinitos motivos de sufrimiento:  a veces porque no lo comprenden o porque no lo comprenden cabalmente; otras, sobre todo si triunfa, porque desata la furia de los mediocres y resentidos.  En cualquier caso su dolor es muy grande, porque sólo una piel gruesa podría defenderlo, y lo característico de un artista es la extremada delicadeza de su pie.  Y en parte porque vive luchando contra la resistencia que suscita, en parte  porque va adquiriendo la mentalidad del perseguido, termina por volverse susceptible en grado enfermizo”. (Ernesto Sábato “Entre la letra y la sangre”, conversaciones con Carlos Catania. Editorial Planeta Argentina S. A. I. C. 1991, Pág. 126).  La historia de la literatura está llena de yerros; uno de los casos más patéticos lo desencadenó Charles de Sainte – Beuve  quien, a pesar de ser uno de los grandes maestros de la crítica francesa, cayó en errores garrafales y graves incomprensiones:  así por ejemplo, elevó a Pierre Béranger a la altura de Racine, no supo percibir el genio de Balzac, no entendió a Stendhal e ignoró a Gerald de Neval.  En sus juicios sobre los grandes escritores de su época puede advertirse en él, también poeta y novelista, peor de segunda fila, una especie de rémora psicológica de envidia.  En una vieja edición de la Enciclopedia Larousse de 1867, hay un juicio de Sainte – Beuve sobre Stendhal donde los celos parecen envilecerlo: ...  No era de aquellos dice el crítico francés – a quienes la imagen llega en el pensamiento, o en los que la emoción lírica, elocuente, resplandece y brilla en su desarrollo natural y armonioso.  Los primeros estudios no habían hecho nada en él para suplir este defecto; no había tenido maestro, ni ese profesor de retórica que siempre es bueno haber tenido, aunque mas tarde haya que rebelarse contra él”. Pero  estos deslices no sólo se dan en la literatura; en la pintura y en la música hay ejemplos inauditos.  Cuando Matisse se presentó con sus trabajos ante el cretino que pontificaba en la Escuela de Bellas Artes de París, el tipejo le dijo que debía estudiar primero perspectiva; los cuadros de Van Gogh no eran recibidos en las galerías de París, pues, se consideraba la obra de un pervertido.  Según la mayor parte de los críticos, Dostoievski no sabía escribir, cometía graves errores y que “Los endemoniados” no pasaba de ser un grotesco folletín.  Hugo Wolf hacía duras ironías sobre la obra de Bramas Shakespeare fue desvalorado hacia el final de su vida y luego olvidado, hasta que lo redescubrieron los románticos alemanes.  Ya sabemos lo que Lope de Vega dijo sobre el Quijote de Cervantes.  Con todo lo dicho, López Ganvini tendrá que vacunarse contra los resentidos y los ignorantes, contra los enanos frustrados y envidiosos que pululan entre las prensas de periódicos y revistas.  Finalizó estos comentarios y reflexiones con la lectura de un poma de Marcos Yauri, donde se muestra la calidad y la sensibilidad del creador ancashino.


LA BALADA DE AMOR DE LÁZARO

Amor nuevo, amor viejo,
y siempre las mismas aprensiones,
las bocas acercándose  como espigas,
las mismas furias mordientes
calcinando praderas de ternura,
¡Oh amor, y las calles húmedas,
los océanos besando los muslos de cobre envolviendo los cuerpos brillantes!

Amor mío, amor tuyo,
y al final, ¿Me quieres? ¿Te quiero?,
la quemante pregunta
y la desesperación a flor de amor,
y el consuelo de poseer unas formas, un dolor diferente,
 una cabellera distinta,
una boca que algún día jamás hablará
como tantas otras...

Pero, después ¿Qué?
y luego ¿Qué?...
¡Mujer traes la muerte en la leche profunda de
tus senos,
en el cuenco de tus manos vibrantes!
Oh, y hoy, todo esto es ridículo,
 y casi increíble. 
Podrá creer, entonces, en este dolor,
y en este temor que sale de nosotros mismos?

(Schumann sigue girando
y el patio y los geranios
y la puerta cerrada).

Amor nuevo, amor viejo,
Hemos comido dátiles del desierto cariñoso
y bebido la dulce leche de cabras blancas,
y en las tardes cálidas
he marchitado la primavera de tu cuerpo,
¡Oh tu piel y la mía como dos océanos juntos!
¡Oh tus huesos y los míos cómodos andamios juntos! 

Y el polvo caluroso de las calles
y las puertas discretas
y ese sol coruscante
enloqueciendo piedras y abejas!





EL MALVADO ARISTÓCRATA

Alocución dada por Guillermo Delgado en el Centro Cultural de la Pontificia Universidad La Católica del Perú en Agosto del 2006.  En la mesa redonda Salomón, Lerner Flores y Mariano Quero.


A la memoria de César Calvo, amado amigo y compañero


I

Pocas vidas se desarrollan con tanta intensidad en tan poco tiempo y una de esas fue la de George Gordon Byron, sexto lord de una dinastía donde la extravagancia y la turbulencia eran algo común.  Su vida no fue menos enigmática que el silencio de Rimbaud en Abisinia o la locura abismal ensimismada de Hölderlin transformado en un tétrico “Señor Scardanelli”.  Romper los límites de la moral en una Inglaterra puritana fu la mejor carta de presentación de los Byron:  el abuelo se había fugado con su prima hermana dejando tras de sí un reguero de escándalos que más tarde serían superados por su hijo John (padre del poeta).

El libertino y jugador John Byron sedujo a la hermosa y rica esposa de lord Carmarthen.  Obtenido el divorcio, la pareja se casó y se instalaron en Francia donde tuvieron tres hijos, de los cuales sólo sobrevivió Augusta, bella muchacha que tendría tanta repercusión en la vida del futuro poeta.  A la muerte de la esposa, los ingresos de ésta cesaron y el marido tuvo que partir a Inglaterra en busca de una nueva fortuna, la cual, gracias a su encanto, no tuvo   problemas en encontrar en una escocesa de veinte años, huérfana y con un patrimonio de veinte mil libras.  Catherine, la nueva conquista era vulgar, regordeta, sosa, inculta y chismosa:  poseía un temperamento apasionado y una lengua ordinaria, pero eso poco importaba para John Byron frente a una hacienda nada desestimable.  Se casaron el 13 de mayo de 1785. En menos  de dos años el marido se había gastado las tres mil libras que Catherine poseía al contado y había hipotecado sus bienes por otros ocho mil.  Lo poco que quedó no alcanzó para pagar futuras deudas por lo que después de huir por toda Inglaterra perseguidos por los alguaciles debieron refugiarse en Paris en 1787 .  Cuando Catherina quedo embarazada, decidió viajar a Londres para tener allí a su hijo.  En ese estado de crisis financiera, la mujer trajo al mundo a George Gordon Byron el 22 de enero de 1788, en una habitación de un callejón que discurría entre Oxford Street y Cavendish Square, cuyos vestigios desaparecieron totalmente en el bombardeo de 1940, aunque aún hoy se conserva el nombre de la calle.  El padre no estuvo ni en el nacimiento ni en el bautizo del hijo, pero no tardaría en aparecer; su olfato por el dinero fácil no le fallaba nunca y sabía que Catherine nunca le negaba algunas libras de las pocas con que vivía en Aberdeen en compañía de aquel niño de pie defectuoso.  En septiembre de 1790, justo después de que su mujer recibiera su asignación regular, John Byron desapareció rumbo a Francia cargándose hasta el último penique que encontró.  Mientras su mujer vivía con su hijo en la indigencia, él gastaba a manos llenas en Valenciennes donde en sus últimos días perdería no sólo el talento para el fraude sino hasta el encanto para engatusar a las mujeres. 

Posterior a su muerte, el 2 de Agosto de 1791 su mujer escribió a su hermana diciéndoles que “a pesar de todas sus debilidades... siempre lo  he amado sinceramente”.


II

Podemos imaginarnos el cuadro desgarrador de los primeros años de Byron experimentando la pobreza, el mal genio de su madre y la falta del amor y la protección paternal.  sentía una muy temprana aversión al matrimonio a la vista de las peleas caseras  escribiría  el poeta años más tarde recordando los escándalos violentos de sus progenitores.  A pesar de sus imperfecciones, Catherine Byron amaba a su hijo y vivía constantemente preocupado por el pie deforme con que había nacido de niño.  Compró botas ortopédicas y consultó a cuanto médico decía poder solucionar el defecto del pie izquierdo del pequeño John.  El talento del niño se mostró en sus lecturas primigenias: Don Quijote, Rodeick Random de Smollet y la Biblia, el libro del cual solía citar pasajes enteros.  El primer cambio importante se produjo cuando Byron cumplió los diez años.  El abuelo murió y el muchacho heredó el título, convirtiéndose en el sexto Byron de Rochdale.  La madre no tardó en reclamar sus derechos y los de su hijo; en agosto de 1798 ya había vendido sus muebles y dejaba Escocia para ir a tomar posesión de la abadía de Newstead.  El recibimiento que les aguardaba no fue nada agradable.  El viejo Lord había muerto lleno de deudas, la abadía era una ruina y los acreedores se habían llevado cuanto de valor encontraron a su paso.  La infatigable señora Byron no se dio por vencida y se instaló en la abadía; John Hanson, su abogado, empezó a ocuparse de la solución de sus problemas económicos.  El mismo Hanson, diecinueve años más tarde, lograría vender la abadía de Nwestead por orden de Byron en 94,500 Libras; con ello el célebre autor de Childe Harold pudo salir de las cuantiosas deudas que lo agobiaban.  Byron disfrutó muchísimo de su ennoblecida posición, una vez que se hubo acostumbrado a ella.  Lanzón se preocupó de su educación y lo llevó a Londres, donde tras un breve paso por un colegio en Dulwich fue trasladado a Harrow.  Su rápido ingenio lo ayudó a salvar sus lecciones sin demasiadas dificultades; gradualmente comenzó a concentrarse, a volverse un poco más reflexivo, y, tal vez sentado sobre su tumba favorita del cementerio de Harrow, comenzó a escribir poesía.  Sus dos primeros amores Mary Duff y Margaret Parker, fueron auténticos y fuertes; pero fue una adolescente vecina suya, Mary Chaworth, quien dejaría en el corazón del bardo, una obsesión que duraría muchos años.  La muchacha solía decir que “no sentía nada por ese chico cojo”.  L acreciente amistad de su hermanastra Augusta, recién conocida, lo ayudó a calmar esa pasión.  Augusta se convirtió en su confidente; a ella se quejaba de la relación con su madre, que iba de mal en peor.  cuanto más la conozco, más me desagrada”, escribió.  Las discusiones con ella eran violentas y debía soportar que lo llamara “cojo bribón”.  Jamás -le dijo a Augusta- nadie había abusado de mí tan grosera y violentamente como lo ha hecho esta mujer a la que creo que tengo que llamar madre...  en el corto espacio de una hora me ha estigmatizado a mí, y a toda nuestra familia por parte de mi padre, con palabras que habrían estremecido a la más negra malevolencia”.  Ya a partir de 1805, cuando contaba con 18 años, comenzaba a ser un inconformista y un radical que se rebelaba contra la religión y contra la sociedad inglesa de su tiempo.  En noviembre de 1806 apareció un libro de poemas titulado “piezas fugitivas”, que debido al carácter ligeramente erótico de una de sus composiciones suscitó el primer escándalo de los que caracterizarían su vida de escritor.  Su respuesta  a la crítica fue recoger todos los ejemplares, excepto cuatro, y quemarlos.  Dos meses después publicó un volumen revisado, “Horas de ocio”, que tuvo una buena venta y que arrastró críticas elogiosas.  Por esos años, como Oscar Wilde posteriormente, Comenzó su vida disipada que lo llevaría a la picota.  Adelgazó hasta enfermarse, bebió en exceso, fue a Brighton y se bañó sin medida; cayó en un estado de melancolía histriónica y comenzó a relacionarse con entretenidas – las “elegantes impuras” como se las llamaba cortésmente, que solían frecuentar los palcos privados de la ópera y paseaban con sus carruajes por el parque.  Sus deudas abrumaban su existencia, cuando se retiró a Newstead llegaban a doce mil libras.  No podía afrontar sus gastos, pero redecoró la abadía y contrató sirvientes –entre ellos a William Fletcher, que sería su ayuda de cámara hasta su muerte.  Quiso viajar al continente, pero no consiguió el dinero; entonces se pasaba la mayor parte del día excavando en los claustros de Newstead, donde encontró varios sepulcros de piedra llenos de huesos.  Colocó uno de los féretros en el vestíbulo, puso varias calaveras en su habitación y pago diecisiete guineas para que le pulieran un cráneo y se lo engarzaran en plata, transformándolo en una copa.  Mientras tanto trabajaba en un poema satírico donde atacaba a los críticos y arremetía contra Robert Southey, Walter Scott, Worsworth, Coleridge y los otros poetas de la escuela romántica.  Scott escribiría años más tarde  ¡Pobre Byron.  Era un hombre de corazón verdaderamente bondadoso, de los mejores y más entrañables sentimientos.  Se ha perdido por su desprecio insensato a la opinión.  La oposición pública, en vez de advertirle que contenerle, no servía más que para excitarle a empeorar las cosas.  Es como si hubiese dicho.  “¡Ah! ¿con qué no os gusta esto?  Bien; pues vais a tener el doble” (citado por Lockart, “Life of Walter Scott  II.238).

Después de ocupar su escaño en la Cámara de los Lores pocos días antes de que apareciera “Bardos ingleses y críticos escoceses”, Byron regresó a Newstaead donde ofreció una fiesta de despedida, ya que por entonces Hanson había prometido darle dinero para que pudiera viajar.  Fue una fiesta mesurada, pero el poeta alentó las habladurías insinuando que buscaba diversiones más adultas que las de vestirse como un monje y encerrarse  en un ataúd.   El 2 de julio de 1809 partía de Falmouth rumbo a Lisboa para permanecer en Europa (Sevilla, Gibraltar y Sestor) hasta 1811.  Lo más rescatable de este viaje es su famosa proeza de cruzar el Helesponto a nado hasta Abydos, a imitación de Leandro.  Fue a causa de este viaje también la devoción que Byron sentiría por Grecia; quedó espantado por el saqueo de la Acrópolis promovido por Lord Elgin; de allí el violento ataque que lanzó contra aquel ladronzuelo.  Sabía  lo que se enfrentaba, pero su instinto de rebelión estaba en su raza, todo una haz de pasiones montaraces lo alimentan:  el humor oscuro, la imaginación violenta, el orgullo indómito, la pasión por el peligro, la necesidad imperiosa de la lucha, la exaltación interior, que no se satisface más que con la destrucción.  Ese instinto está en los genes: se nace así, como se nace ágil o se nace gusano.  Byron pertenece a esa estirpe que, como la de Alejandro, no retrocede jamás ante el rival, o destruye a lo aniquilan.   Cansado estaba ya de vivir en Inglaterra, en esa sociedad (disipada e hipócrita que hace matar hombres por conservar sus prebendas y sus burgos corrompidos.  Como sino le bastaran los odios políticos que se ha creado alrededor, todavía se da tiempo para forjarse enemistades literarias atacando a los pontífices de la crítica, difamando la nueva poesía declarando que los más célebres son “claudianos, gentes del bajo imperio”.  De ese viaje nació el primer canto de “La peregrinación de Childe Marold”, la primera de sus dos grandes novelas picarescas.  Todos coincidieron en que era una obra autobiográfica aunque Byron, con su clásico cinismo, lo negara muchas veces.  El libro parte con una dedicatoria a Zanthé, quien en la vida real no era otra que la joven lady Carlota Harley (después lady Carlota Bacón), quien contaba con once años cuando le fue dirigida la dedicatoria.  El libro impresionó a todo el mundo desde el primer momento.  El que hablaba en el  libro era más que un autor; era un hombre.  A despecho de sus negativas, se percibía que el autor y el personaje (Childe Harold) eran uno solo; Byron se calumniaba, pero se imitaba.  No era difícil reconocer en aquel noble joven voluptuoso y descontento al mismo “cojo bribón” que sabía estimar Mrs. Byron...

Hastiado estaba Harold de vivir en su tierra natal. 
Conocía todas las formas de vicio
sin reparar en las consecuencias,
 y todo ese nefasto recuerdo cayo en su corazón
como una puñalada fatal.

Sus suspiros de amor se ahogaron
en un mar de bellezas, pero sólo a una amó y ese amor no llegó .
Feliz eres doncella por librarte de aquel hombre
que hubiera profanado tu casta hermosura,
de aquel indigno ser que habría trocado
sus encantos en  vulgares placeres,
malgastado sus bienes para nadar en algazaras
dejando tras de sí la dicha del hogar
con sus castos deberes

(Las peregrinaciones de Child Harold” Canto I. (V)

*La traducción y la versión libre es mía.


III

 A pocos días de su desembarco en Sherness el 14 de julio de 1811 (dos años y doce días después de que se embarcara en Falmouth), Byron llegó a Londres; allí le llegó la noticia de la muerte repentina de su madre.  Ante este hecho dio muestras de un dolor excesivo por la mujer había aborrecido tan alegremente: “Aquella madre que por su terrible conducta pierde todo título de afecto filial”, había escrito alguna vez. Los “grandes elegidos   presienten la muerte temprana y Byron era uno de ellos.  En un estado de profunda melancolía hizo su propio testamento, ordenando que su cuerpo fuera enterrado en un espacio vacante dejado al efecto en una tumba del jardín de Newstead, en la que su perro favorito, un terranova llamado Boats Wain, estaba enterrado.  es mi voluntad que mi perro fiel no sea exhumado de la dicha tumba”, dijo con firmeza.  Byron había hecho construir la tumba en la abadía colocando este epitafio: “Estas piedras se levantan / para recordar a un amigo; / jamás tuve otro, y aquí yace

Byron poseía la ironía del Wilde para los epigramas.  En sus “Diarios” podemos recoger algunos de ellos sobre el matrimonio que nos permitirán comprender su catastrófico enlace con la joven aristócrata Annabella Milbanke, a quien había conocido a través de Caroline Lamb, la bella y fogosa mujer de un próspero político, William Lamb, con  que el poeta mantuvo un fugaz romance y que terminaría en un escándalo mayúsculo.  Viajamos a su “Diario”: “El matrimonio es al amor lo que el vinagre al vino.  El tiempo hace que pierda su primer sabor”; líneas después insiste... “El matrimonio es el resultado del amor, como el vinagre del vino”; otro de mayor agudeza...  Nunca aconsejéis a un hombre, que desconfíe de una mujer con la que ya esté casado.  Es demasiado tarde para él

En enero de 1814 aparece “El Corsario”; el epígrafe que inicia el canto primero (versos del Dante) reflejan el estado de ánimo y la enorme tensión psicológica en que se hallaba el poeta: “...nessun maggior dolore, che rocordarsi del tempo felice mella miseria...  El libro por ser obviamente autobiográfico, atrajo al público inglés sediento de morbosidad y enigmáticas autoconfesiones; y tanto, que el mismo día de su publicación, se vendieron diez mil ejemplares del poema, y al cabo de un mes se habían vendido veinticinco mil.  No sólo el éxito se debía a la fama de Byron, sino al erotismo de sus personajes y a los paisajes de sus poemas.  Allí aparecían mogrebíes y mamelucos, caiques y tophaiks, yatagans y Jereeds.  Es curioso anotar como Byron habla sobre la muerte con una convicción un tanto morbosa.

¿Por qué ha de aterrarnos la muerte
si en ella partimos con nuestros enemigos?
La muerte es menos triste
Si pensamos en el ocioso reposo.
Que venga y nos encuentre
gozando de la vida; y si nos la quita,
que más da que sea por una enfermedad
o por los embates de la lucha.

El que encuentre placentera la vejez
que se arrastre cual babosa hacia su Tálamo,
y que goce de sus días con la frente marchita,
 la respiración fatigada que al ánimo priva.

Nosotros, los otros, preferimos la  hierba
a la cama que atrofia la vida.
Angustias y suspiros preceden al inválido
en su tránsito a la muerte,
a nosotros nos guía el ímpetu aventurero
que cae al primer golpe, a aquel certero
venablo que desgarra la carne y parte el alma.

Sinceras son las lágrimas que caen
sobre la lápida que cubre nuestros cuerpos,
y el océano sepulta entre sus olas
nuestras glorias, el pan nuestro.
Los despojos se reparten vencedores
y en tristes aflicciones se escuchan mustias voces: 
¡Ah! Qué hermoso hubiera sido este momento
a aquellos que partieron con la gloria y con el viento”




“EL CORSARIO”
(Canto I. (I))

*La traducción y la versión libre es mía.

Mientras por un lado se daban los éxitos editoriales por otro se armaba una nueva tempestad sobre el poeta:  Su misteriosa relación con su hermanastra, la cual había sido blanco de numerosísimas especulaciones; esta situación causaba en el poeta una enorme angustia, torturado por un sentimiento calvinista del culpabilidad arraigado en él desde la infancia.  Fue su hermanastra quien lo presionó para que se casara.  Tras varios intentos, Byron logró el asentimiento de Annabella y, el 2 de enero de 1815, colocó el anillo en el dedo de la Milbanke.  Mujer hipersensible, remilgada, mimosa e ingenua, contrastaba con el lord quien era brutal, sensual, infiel y grosero.  Dos líneas paralelas condenadas a no encontrarse nunca, podría definirse aquella relación incompatible en todos sus aspectos, aunque ambos pusieran de su parte la mejor voluntad para que todo marchara bien.  Las palabras de Byron un día después del matrimonio reflejan el craso error cometido por el barón:  ya es demasiado tarde, se ha hecho y no se puede deshacerse”


Sus borracheras frecuentes y sus altas dosis de láudano eran pan de cada día que su fiel Fletcher sabía capear; pero sus cuantiosas deudas que ascendían por ese entonces a 30,000 libras, no le impedían sumergirse en el mundo de la moda regido por petimetres y lechuguinos.  Por esos años escribió en su “Diario”:... ¿Por qué me he pasado toda la vida más o menos afligido de tedio? ... No sé que responder,  pero me figuro que esto está en mi temperamento..., como también el despertar abatido, cosa que no ha dejado de sucedernos desde hace varios años.  La templanza y el ejercicio que he practicado a veces y durante mucho tiempo seguido, de un modo vigoroso y violento, apenas si me servían de nada.  Me valían más las pasiones violentas.  Cuando estaba bajo su imperio inmediato, me sentía agitado y no abatido.  En cuanto al vino y los licores, me pone sombrío y salvaje hasta la ferocidad, aunque permanezco silencioso y solitario, sin humor pendenciero, si no me hablan.  El nadar también me anima; pero en general estoy alicaído, y más alicaído cada vez.  No hay que pensar en el remedio, porque yo no me siento tan aburrido como a los diecinueve años.  La prueba es que entonces me veía obligado a jugar o a beber, o a buscar una excitación cualquiera, si no quería hallarme en la situació0nd e ánimo más desdichada... ahora lo que más se apodera de mí es la inercia y una  especie de desanimación peor que la indiferencia.  Si salgo de ese estado, es para caer en excesos de furor”.

Byron se reconoció como Harold como el menos pato de los hombres para vivir en el rebaño humano.  Era demasiado diferente, incapaz de supeditar sus pensamientos a los ajenos, aunque su alma se había visto tiranizada en la juventud por sus pensamientos propios; siempre atrincherado en su independencia, negándose a entregar el gobierno de su espíritu a almas contra las cuales se rebelaba la suya, orgulloso aun en medio de una desesperación que sabía encontrar una vida en si misma y respirar fuera de la humanidad.


IV

“Melodías hebreas”, colección de breves poemas convertidos gracias a la adaptación musical de Isaac Braham e Isaac Natham en las tonadas favoritas entre las que se cantaban en las celebraciones judaicas, apareció en abril de 1815.  Estos versos están sacados de un contexto bíblico y algunas son de tema amoroso.  No olvidemos que Byron desde muy temprana edad conocía muy bien la Biblia, sobretodo el Antiguo Testamento.  En cierta ocasión dejó mal parado a cierto pedante eclesiástico con su facilidad para citar las Escrituras; y ciertamente su preocupación por el problema de la predestinación, que le duraría toda la vida.  Comenzó a fascinarlo a la edad de cinco o seis años, con la historia de Caín y Abel.  Los poemas no reflejan lo mejor del poeta, aunque el libro incluye uno de los más famosos de Byron:  Ella camina en belleza, como la noche de los climas sin nubes y de los cielos estrellados” (“She walks in beauty, like the night of cloudless and starry skies”)

Fue por esos meses en que padecía un insomnio severo y sentía temores irracionales; se paseaba por su casa durante la noche portando siempre sus pistolas dispuesto a defenderse de un peligro imaginario.  El embarazo de Annabella y el acoso de sus infaltables acreedores lo tenían de mal humor; sólo Fletcher parecía comprenderlo.  Annabella debía acudir frecuentemente a casa de Augusta para que aplacara al marido que a diario estallaba en nuevos ataques de cólera producidos por la embriaguez y el láudano.  Uno de esos días, el 13 de enero de 1816, Annabella se marcho con su hija (Augusta Ada Byron, nacida el 10 de diciembre de 1815).  Partió a Kirby Mallory, en Leicestershire, donde se reuniría con sus padres.  Annabella se acercó al marido y le extendió la mano; él cruzó las suyas tras la espalda y le dijo.  “¿Cuándo volveremos a vernos los tres?”.  Confío que el cielo”, contestó Annabella, y se marchó.  No volvieron a verse jamás.  A pesar de que su hermanastra Augusta luchó por una reconciliación entre Annabella y su hermano,, pero todo resultó inútil.  La esposa lo creía loco y, bajo la presión de sus padres, presentó pruebas a sus abogados de crasa indicencia en el habla y en la conducta de Byron.  Entonces el marido pasó por un monstruo.  Los periódicos lo llenaron de oprobio.  Worsworth se unió al clamor, y tal vez no solamente en respuesta al ataque que Byron le hizo en “Bardos ingleses y críticos escoceses”.  En este pequeño poema satírico en dísticos heroicos aparecido en 1809, Byron atacó no solamente al director de la revista donde había aparecido una crítica a sus “horas de ocio”, Francis Jeffrey, sino también a Southey Worsworth y a muchos poetas menores contemporáneos, a excepción de los que, como Roger Campbell, continuaban la tradición de su amado Pope.  Para Byron los otros han pervertido la literatura; no conocen su lengua, sus expresiones no son más que expresiones aproximadas, altas o bajas de tono, forzadas o vulgares.  Byron recomienda y practica la regla de las unidades en la tragedia.  Es amante de la forma oratoria, de la frase simétrica, del estilo condensado.  Sheridan lo inducía a cultivar la elocuencia; y el vigor, la lógica penetrante, la afluencia extraordinaria, la argumentación precisa de su prosa, prueban que en olas obras de disertación hubiese figurado en primer término: su folleto contra los lakistas es su mejor carta de presentación.  Si en primer término figura entre los poetas, es en parte gracias a su sistema clásico.  Esa forma oratoria, en que Alexander Pope condensa su pensamiento a la manera del francés las Bruyére, multiplica la fuerza de las ideas persistentes; como una zanja estrecha y recta, las recoge y precipita por su pendiente; nada hay entonces que no se doblegue a su embate, y así llegó el malvado aristócrata hasta el público, a través de las críticas alarmadas y por encima de las reputaciones celosas.  Por eso las críticas de Worsworth hacia Byron fueron más morales que literarias.

En medio de sus trastornos pasionales de su vida privada y abrumado por sus deudas, Byron conoció a una muchacha de diecisiete años; la hijastra del filósofo radical William Godwin, Mary Jane Clairmont, quien había vivido con su hermanastra Mary Godwin, que a su vez había abandonado a su marido para irse a vivir con el poeta Shelley.  De ella, diría después Byron, “Para decirlo con delicadeza, creo que Mme.  Claire es una maldita ramera”.

Byron exageraba la  animadversión que el público sentía hacia él, diciendo que le habían llegado a insultar en la calle y que siempre despertaba una ola de murmullos entrar en la Cámara de los Lores.  Pero la prensa rebosaba de habladurías, y algunos panfletistas lo habían comparado con Nerón, Calígula, Heliogábalo y Enrique VIII.  Sus amigos lo instaban a no ir al teatro ni al Parlamento, temiendo que lo  silbasen e insultasen.  El furor y las torturas que ante ese asalto universal de ultrajes sintió un alma tan violenta, precozmente habituada a la gloria, no se pueden comprender más que por sus versos.  El 21 de abril de 1815 Byron firmó el acta de divorcio y dos días después partió de Londres con el fiel Fletcher, Robert Rushton y un joven médico, John William Polidori.  A las nueve y media de la mañana cerraron su casa de Picadilly Terrace; cinco minutos después los alguaciles abrieron la puerta y lo requisaron todo.  El 24 de abril dejó Inglaterra definitivamente.


V

Polidori escribió en su diario a su arribo a  Ostende: “Tan pronto como llegó a su habitación, lord Byron cayó como un rayo sobre la camarera”.  Como Se ve, los ímpetus carnales del malvado aristócrata no habían perdido brío.   Viajó a Kent, Antwerp y Bruselas, y una tarde, acompañado de Polidori, llegó al campo donde se había celebrado la batalla de Waterloo.  Había llegado al centro mismo donde el duque de Wellington había denotado a “su héroe de novela”, a su admirado Napoleón.  Nadie ha cantado al corzo con más emoción que Byron en su Childe Harold:... “” Waterloo!  ¡Tú has sido testigo de la caída del que fue el más extraordinario, pero no el más malvado de los hombres: conjunto inexplicable de principios contrarios, fijábase su espíritu un momento sobre las más grandes empresas y con igual atención atendía a los más ligeros detalles!  Tú que fuiste extremado en todo, si hubieses sabido guardar un justo medio ocuparías aún el trono... o no te hubieras elevado al mismo.  ¡A tu audacia es a lo que debes tu elevación y tu caída... Pero tú no has renunciado a revestir la púrpura imperial, a conocer nuevamente el mundo y a ser una tercera vez el Júpiter tonante”... y más adelante agrega:...” ¡Tú eres el conquistador y el cautivo de la tierra! Hácesla temblar aún, y jamás tu formidable nombre impresionó tan vivamente las almas de los hombres, como hoy ya no eres nada, si no es el vil juguete de la fama.  Ella te festejaba en otros tiempos, te obedecía servilmente y adulaba tu ambición hasta llegar a persuadirte que eras una divinidad:  tal parecías tú, en efecto, a las atónitas naciones, que en su estupor te creyeron durante largo tiempo todo cuanto quisiste ser a sus ojos” (“Las peregrinaciones de Childe Harold” .  Cantos XXXVI y XXXVII- Canto III)

La alusión que hace Byron a la frase pronunciada por M. de Chateaubriand  en la Cámara de los Pares que tan bien pinta el tenor que aún en Sana Elena inspiraba el cautivo de la Europa y que Napoleón solía repetir con placer, es evidente: “El levitón gris y el sombrero de Napoleón, puestos al extremo de un bastón en la costa de Brest, harían correr a Europa a las armas”.

Después de abandonar Bruselas, Byron y sus acompañantes llegaron a Colonia donde tuvo el primer desencuentro con el egoísta Polidori.  Un día mientras el poeta estaba leyendo, el médico se volvió de pronto y le preguntó: “y decidme, os lo ruego, aparte de escribir poesía, ¿qué otras cosas de las que yo no sea capaz sabéis hacer?” “La primera –respondió Byron- es meter una bala por el ojo de una cerradura de esa puerta, la segunda, cruzar nadando ese río de una a otra orilla, y la tercera, daros una gran paliza”.   Se ignora la respuesta del médico.  El 24 de mayo  de 1818 el grupo ya estaba en Lausana y al día siguiente Byron escribía su nombre en el libro de visitas del Dejean’s Hotel d’Angleterre, cerca de Ginebra; colocando cien años en la columna destinada a la edad.  Dos días después, Claire Clairmont, junto a Shelley y Mary Godwin, llegaron a orillas el lago Ginebra a encontrarse con Byron.  Era la primera vez que Byron y Shelley se veían.  Las águilas reales se habían encontrado en la cumbre de la montaña más alta.  La grandeza de ambos congenió de inmediato y serían comparsas inseparables; sólo la incomprensible muerte de Shelley en un naufragio frente al golfo de la Spezia lograría quebrar tan mística armonía.  Por las mañanas desayunaban juntos y durante el día se dedicaban a buscar un lugar donde instalarse.  En junio Byron se estableció en la Villa Diodati junto a Claire, quien estaba secretamente embarazada;  Shelley se estableció en las cercanías, en Montealegre.  Aquellos días fueron de inquietud para Byron, quien gozaba charlando con Shelley, pero que encontraba a Polidori cada día más irritable (y con razón, pues ya por entonces el joven médico daba muestras de desequilibro que en el futuro lo conduciría al suicidio); y además; Claire lo atosigaba con sus insistentes atenciones.  El embarazo de Claire irritó a Byron; encontraba consuelo a su malhumor con las frecuentes charlas con Shelley o en las cartas que recibía de Augusta, epístolas que siempre le llegaban a pesar de que Annabella trataba de convencer a la hermanastra para que ya no le escribiera.  El hecho de que Shelley se llevara a Claire a Inglaterra el 28 de agosto fue un alivio para el inquieto lord; fue la última vez que Claire vio a Byron.  La hija de ambos nacería en Londres; después de ser bautizada con el nombre de Allegra, fue llevada por los Shelley a Italia y entregada a su padre.

Establecido en Venecia, Byron quedo prendado de esa ciudad como solía enamorarse de sus amantes.  Allí le llegaron las 2,000 libras John Murria, uno de sus editores, el enviara por las ventas de “Childe Harold” y de “El prisionero de Chillón y otros poemas”.  En enero terminó de escribir “Manfred”, poema dramático de temática similar al “Fausto” de Goethe (no se  puede hablar de una influencia, pues, Byron no hablaba ni leía en alemán y la obra del olímpico Goethe no fue traducida al inglés hasta añas más tarde).  La vida disoluta llevada en Italia hacían frecuentes sus convalecencias.  Su palacio era atendido por catorce sirvientes mandados por Fletcher, que siempre estaba refunfuñando contra Italia, los italianos, la comida y el clima.  En el palacio también había dos monos, un zorro y dos mastines.  Las leyendas sobre su excéntrica vida comenzaron a crecer como espuma de cerveza vertida. En un vaso.  Entre fiebres y tensiones había dado comienzo a su “Don Juan”, para muchos su obra maestra.  Byron murió sin acabar el poema.  Quería continuarlo hasta el canto CL, pero sólo llegó hasta el XVI; proyecto tan ambiciosos como la truncada “Comedia humana” de Balzac proyectada en 135 novelas, de las cuales a su muerte habían sido completadas 91 de ellas, quedando el resto sólo en esbozos; fue el trabajo de un gigante.  o me faltará asunto, decía el poeta, pienso llevar a mi héroe (Don Juan) a Francia, luego a Grecia, a todos los países que yo he recorrido.  Ahora en el tono de la comedia, ahora en el de la tragedia, he de hacer mi poema tan variado como sea posible  Esta es una de sus confesiones más sinceras (téngase en cuenta que a menudo resulta difícil averiguar si Byron dice la verdad cuando habla de sí mismo).  El libro abunda en escenas que pasan de la tragedia a la comicidad o de la comicidad d la tragedia.  Goethe admiraba al libro; en el canto VIII, estancias CXXXI y CXXXII, Byron tiene uno de sus rasgos cómicos más célebres, cuando hace que unas mujeres ya entradas en años pregunten con impaciencia y ansia:  ¿Cómo es que no han empezado todavía las violaciones?  Veamos esas estancias...  CXXXI (Pero aun teniendo todo esto en cuenta, débese reconocer que fue grande la continencia del vencedor; tanta, que hubo más de un desencanto entre ciertas mojigatas entradas en años que conocedoras de los inconvenientes que también tiene la holgada soltería, habíanse de antemano resignado a sufrir, supuesto que no era culpa suya, sino del destino, a llevar con clama la cruz, y  a contraer una especie de matrimonio romano a la sabina, libre de los gastos y de las ordinarias querellas conyugales”... CXXXII (En los momentos de desastre oyéronse las voces de algunas comadres de edad madura, viudas de cuarenta años para arriba, pájaros cansados de la jaula, que gritaban: - ¿Cómo es que no han empezado todavía las violaciones?  Pero en medio de aquella sed de matanza y de saqueo, no había tiempo ni lugar para los superfluos.  Si escaparon o no aquellas comadres de manos del vencedor, no es cosa averiguada.  Yo estoy por la afirmativa”.

En noviembre de 1818 su amigo Newton Hanson llegó a Venecia y se quedó asombrado al ver que el poeta aparentaba tener cuarenta y no treinta.  Hanson escribió en su diario.  “Su rostro había palidecido y su cara estaba abotargada y amarillenta.  Había engordado mucho, sus hombros eran anchos y redondos y sus nudillos estaban ocultos bajo la grasa de sus manos.  La descripción no es nada favorable, pero no existe ninguna razón para dudar de aquel testimonio si se tiene en cuenta que ese fue el año más disipado de la vida del lord y que lo dejó debilitado fatalmente.

Sin embargo su trabajo no se estancaba y continuaba escribiendo con  gran entusiasmo.  Ya estaba en Inglaterra el primer canto del “Don Juan, que dejó turbado a su editor, John Cam Hoblouse, quien en su diario escribe:...Las blasfemias, las burlas y los acontecimientos domésticos sofocan incluso el gran genio desplegado en la obra.

A pesar de las desavenencias entre Byron y Hobhouse, quien al principio quería mutilar el original, se llegó a un acuerdo y el libro se publicó tal como estaba.  La vida desordenada que llevaba comenzó a pasarle la factura.  Si bien no se sentía viejo, sí, al menos, se sentía como un hombre en plena madurez.   Escribe Byron en su “Don Juan” unos versos que lo pintan quizá en el comienzo del fin de una vida azarosa:

“Hoy que los treinta años platean mis cabellos
 y aumentan el espanto de pensar en los cuarenta, caigo en la cuenta que envejece la cabeza
 y también el corazón.

He visto pasar el verano sin que llegue mayo,
y el ardor en mis batallas no es el mismo
que el de antaño.

La vida se me ha ido entre las manos
y mi alma, hoy debilitada, ajena a lo
invencible clama en dolor su desengaño.

Jamás, por siempre, jamás,
 ya no descenderá sobre mí el rocío en su blandura, y los objetos adorables llenos de emoción
habiendo perdido su frescura,
ajenos son a mi pecho, a mi guiño, a mi ilusión. 
La juventud ha perdido su poder
como pierde la flor su perfume y su candor.

El deseo de amar se oscurece y los bucles
de una niña ya no orillan en mis ojos
aislado y solitario, humano despojo
soy sin alegría, y las ilusiones partidas
agravan mi suplicio.  Ni viudas,
ni casadas han de recoger
 las tonadas de mis versos.
Sólo Dios sabe, a su modo,
como el juicio mío aún en este mundo
encuentra su acomodo.

“Don Juan”
(CCXIII – CCXV)

*La traducción y la versión libre es mía.


VI

Un hombre inteligente, galante, atractivo y que se mueve en mares tempestuosos siempre está a merced del sexo femenino, y Byron no dejaba pasar oportunidad alguna.  En abril de 1819 conoce a la condesa Teresa Guiccioli, quizá la mujer que le iba a proporcionar la mayor felicidad personal de su vida.  Bella jovencita de 19 años, casada con el dos veces viudo Conde Alessandro Guiccioli.  Fueron presentados en una fiesta y hablaron de Dante, de Petrarca y de la tierra natal de la muchacha Rávena.  Congeniaron de inmediato y no tardaron en hacerse amantes; vivieron un romance apacible que el conde interrumpió en el mes de julio.  Pero increíblemente, un mes después, el conde ofreció a Byron la planta baja de su palacio que estaba desocupada.  Cosa similar había acontecido con el músico alemán Richard Wagner quien, casado con la actriz Minna Planer, se hospedó durante su estancia en Zurcí en casa de un rico comerciante.  Este la había facilitado una finca dentro de su propiedad; en poco tiempo, Matilde Wesendonk, la joven esposa del comerciante se entregó a los brazos del inquieto e indómito artista incomprendido.  La mujer de Wagner, amargada por una vida llena de dificultades y de sinsabores conyugales cada vez más frecuentes, no creyó en el carácter platónico del idilio de su marido con la señora de la casa y precipitó la situación con una terrible escena de celos.  ES músico huyó entonces a Venecia, donde culminó en una doliente soledad la composición de “Tristan e Isolda”

Establecido en el palacio del conde Byron hizo traer a Venecia a su hija Allegra:  Los motivos del conde son un misterio; más tarde Teresa diría que, en su opinión, a su marido le agradaba la compañía de un personaje tan distinguido, y que de todas formas “el conde era un hombre distinto de los demás, un excéntrico que veía las cosas desde un punto de vista muy peculiar, y que a menudo era indulgente y hasta generoso”.  Ya por ese entonces Byron trabajaba en sus “Memorias”.  Cuando Tomás Moore lo visitó en Venecia, el poeta se las entregó en una bolsa de cuero.  Contiene – le dijo Byron- un relato detallado de mi matrimonio y sus consecuencias”.  Moore sintió como si llevara un saco de pólvora.  Resulta incomprensible que a la muerte del poeta, John Cam Hobhouse volviera su atención hacia el “Diario” que Byron había entregado a Tomas Moore y que en ese momento estaba en poder del otro editor de Byron, John Murria.  De inmediato Hobhouse se puso en contacto con ambos y les dijo que deseaba que el manuscrito fuese destruido inmediatamente, por temor al daño que podía causar a la reputación del poeta.  Moore se opuso tajantemente, pero ya era demasiado tarde, porque Hobhouse había persuadido a Augusta para que apoyara la quema del manuscrito.  En un acto de irreversible censura y traición, Hobhouse, que tan a menudo había intentado convencer a Byron para que moderase el tono del “Don Juan”, y Murria, “el más tímido de los libreros de Dios”, destruyeron las propias memorias de Byron sobre su vida, en las habitaciones que Murria poseía en la calle Albemarle.  La actitud de Hobhouse y Murria es una prueba latente de la degradación de la vida humana en forma progresiva y en la medida que se va configurando una estructura psico – espiritual caracterizada, según Leopoldo Chiappo en su “Dante y la psicología del infierno”, por la cerrazón, enclavación, programación, desamor e insignificancia.  Estos cobardes de la vida (Hobhouse y Murria) no pueden ser recibidos en el infierno puesto que su insignificancia podría ser, por comparación, motivo de alguna gloria para los condenados, quienes por lo menos en vida, se arriesgaron al mal, en el que sucumbieron.  El cielo tampoco los admite, los arroja de sí porque menguaría en su perfecta belleza.   Dante los llamaría los “ignavi”, pusilánimes, los cobardes de la vida.  No fueron rebeldes a Dios ni le fueron fieles, sólo vivieron para sí mismos, en el momento de la suprema definición.  Al pasar Virgilio y Dante al lado de Hobhouse y Murria, bien le hubiera dicho el romano al autor de “La Divina Comedia”...  non ragioniam di lor, maguarda e passa”.  (Inf. III, 51)

A pesar de su vida apacible, Byron comenzó a sentirse inquieto.  Ya por esos días el conde Guiccioli le comunicó que ya no podía tolerara más sus atenciones para con su esposa; ésta quiso poner fin a  su matrimonio, pero el poeta le recomendó cautela.  Por ese entonces estaba escribiendo “Marino Faliero, dux de Venecia”, un drama en cinco actos en verso que había comenzado meses atrás y que fuera estrenado pro Drury Lane, a pesar de la oposición de Byron, en 1821.  Si bien no es una de las mejores creaciones del poeta, cabe destacarla porque en la estructura de esta obra Byron se inspiró en la de Alfieri, manteniéndose fiel a la regla de la triple unidad, que precisamente intentaba introducir en el texto inglés mediante esta obra; también cabe anotar que esta obra inspiró cuadros a diversos pintores, siendo uno de los más famosos el de Eugenio Delacroix.

Un espíritu rebelde e impetuoso como el de Byron no pudo permanecer ajeno a la política.  En agosto de 1820, los carbonarios (la sociedad secreta más famosa de Italia, surgida en el reino de Nápoles durante la ocupación francesa, con el propósito de instaurar la república) planearon persistentemente una insurrección en Rávena) que debía producirse a más tardar a principios de septiembre.  Pero entre gallos y medianoche todas las sociedades ocultas fueron desbaratadas pro el espionaje y el contra espionaje.  Rápidamente cayeron en sospecha Byron y Pietro Gamba, hermano de Teresa, pero no se les molestó.  En enero de 1821, el malvado aristócrata escribió una carta a los rebeldes napolitanos ofreciéndoles mil luises y sus propios servicios.  El hombre que llevaba la carta fue arrestado y, para evitar que cayese en manos de la policía se comió la misiva.  Aquí quieren levantarse, escribía el poeta en sus hojas personales,  y han de honrarme con una invitación.  No faltaré, aunque no los creo bastante en número, ni de bastante corazón para hacer gran cosa; pero ¡Adelante! ¿Qué significa uno mismo?  Un hombre o un millón de hombres, importa poco; lo que hay que difundir es el espíritu de la libertada.  En tales ocasiones no proceden los cálculos personales y ahora no seré yo el que los haga”.  Entre tanto tenia pleitos con a policía que mantenía su casa bajo estricta vigilancia; no obstante haber sido amenazado de muerte, seguía con su rutina diaria de montar a caballo, nadar y ejercitarse a la pistola de un pinas cercano.  Son los sentimientos de un espíritu fuerte que está a al boca de una descarga, pero que no es de los que abandonan el cañón aun cuando se siente amargado y desgraciado.  Nada más a propósito para destemplar la felicidad y el buen juicio que el espíritu militante.  ¿Por qué me he pasado toda la vida invadido por el tedio?...No sé que responder, pero pienso que esto está en mi temperamento....  Como también el despertar abatido, cosa que no ha dejado de sucederme desde hace varios años.  La templanza que he practicado a veces y durante mucho tiempo seguido, de un modo vigoroso y violento, apenas si me servían de nada.  Me valían más las pasiones violentas.  Cuando estaba bajo su imperio inmediato, me sentía agitado y no abatido.  En cuanto al vino y los otros licores, me ponen sobrio y salvaje hasta la ferocidad, aunque permanezco silencioso y solitario, sin humor pendenciero, si no me hablan.  El nadar también me anima; pero en general estoy alicaído, y más alicaído cada vez.  No hay que pensar en el remedio, porque yo no me siento tan aburrido como a los diecinueve años.  La prueba es que entonces me veía obligado a jugar o a beber, o a buscar una excitación cualquiera, si no quería hallarme en la situación de ánimo más desdichada...  Ahora lo que más se apodera de mí es la inercia y una especie de desanimación pero que la indiferencia.  Si salgo de ese estado, es para caer en accesos de furor.  Últimamente entró Lega con una carta de Venecia referente a una cuenta que yo creía pagada hacía diez meses.  Me acometió tal paroxismo de furia que casi me desvanecí..  Presumo que acabaré como Swift, es decir, que moriré primero por la cabeza, si no concluyo antes por accidente”.  Esta terrible idea lo asedió hasta el fin.  La sombra de Swift y sus “Viajes de Gulliver  lo acosaban constantemente.  La obra refleja un espíritu profundamente inquieto y encerrado en una dura coraza de egoísmo(disposición acentuada por la enfermedad –laberintitis – que afligió durante largo tiempo al escritor irlandés y que le hizo perder al fin sus facultades mentales y que lo indujo a compararse con un árbol decadente:  Como este árbol yo también empezaré a extinguirme por la copa”.

Por ese entonces Byron estaba perturbado por el cuidado de su hija Allegra, que ya había cumplido los cuatro años.  Temiendo que estallara una revolución decidió enviarla al convento de Bagnacavallo.  La madre, Claire Clairmont se opuso violentamente (lo que en sí mismo bastaba para que Byron lo hiciese); también el cónsul británico en Venecia, Richard Poner, y su esposa, que habían cuidado a la niña desde pequeña, se opusieron.  Byron dijo a Hopner: “Vos sabéis que permitir que la niña vaya con su madre seria una completa locura, si no algo peor, puesto que no cuidaría como debe de su salud y mucho menos de su educación.  Además deseo que mi hija sea católica romana, ya que estoy convencido de que es la mejor religión y sin lugar a dudas la más antigua de toda la cristiandad”.

En mayo llegó a Rávena la noticia de que había estallado la guerra por la independencia de Grecia; la noticia no hizo mella en Byron que andaba más preocupado por los fallidos intentos de la revolución en Italia y por el arresto de Teresa Guicciole y de su hermano Pietro.  Byron permaneció en Rávena y comenzó su tragedia “Caín” que le acarreó diferentes opiniones.  Scott aceptó la dedicatoria y declaró que en esa obra “Byron se había equiparado a Milton en su propio terreno  La apología de Scott no tiene nada que ver con el hecho de que el libro estuviera dedicado a él, pues, en 1816, había manifestado en “Quaterly Review”... “Si hablamos de genialidad, su poesía no tiene parangón.  Como hombre bien es verdad que tiene defectos, los mismos que la mayoría de los londinenses de su posición, pero no vamos a hablar de ellos porque no merece la pena criticarlos”.  Goethe bajó de su Olimpo y se rindió ante la magia y la genialidad del inglés.  Goethe declaró que la belleza de “Caín” era “de  las que no volveríamos a ver dos veces en este mundo”.  El tema de la tragedia, en el que Byron presenta el delito de Caín como consecuencia de la predestinación del pecado y de la culpa provocó muchos elogios, pero también gran cantidad de protestas hasta el punto que Byron, napoleónicamente, llamó a “Caín” su Waterloo.

El tema es urticante: rebelde contra una condena que ha herido por una culpa que no es suya, Caín se aleja de Dios.  Busca en Lucifer las respuestas a sus peticiones desesperadas, el auxilio a las miserias de la condición humana.  Los diálogos con Lucifer no hacen más que aumentar la angustia y la turbación de Caín que, exasperado por la resignación de Abel y por su devoción hacia Dios, en quien siente un enemigo, lo mata.  Perseguido por los remordimientos y por el desdén divino, marcha al destierro sin consuelo, seguido por su esposa, Ada, que en su doloroso afecto hacia el gran pecador se nos aparece como una de las más conmovedoras figuras femeninas de Byron.  El libro cayó como una bomba para el lector medio de una época dominada a pesar de sus excesos, por la revolución evangelizadora de la religión.  El pueblo inglés puso el grito en el cielo y encontró en Robert Southey a su más vitupérico portavoz.  Poeta laureado, Southey cumplió su misión con gran esmero, demostrando que era más un panfletario calumniador que poeta.  Al mejor estilo bíblico dejo que Byron tenía algo de Moch y de Beliar, pero, sobre todo, de Satán, y, con gran desparpajo, llamaba contra él la atención del gobierno.  Se necesitaría varias resmas de papel para imprimir las injurias estampadas “Contra esos hombres(Entiéndase:  Byron) de corazón viciado, de imaginación pervertida, que, forjándose un sistema de opiniones ajustadas a su triste conducta, se han rebelado contra las más santas disposiciones de la sociedad humana, y que, odiando esa religión revelada cuya creencia no pueden desarraigar enteramente de sí mismos, a pesar de todas las jactancias y de todos sus esfuerzos, se afanan por decir a los demás tan miserables como ellos, inoculándoles un veneno moral que los corroerá hasta el corazón”.   Oficio de fámulo y lengua de esbirro, Southey supera largamente en maledicencia a Byron.  Los ataques vinieron de todas partes; en el “Examiner” se publicó que el propio Jorge IV “expresaba su condena por las blasfemias y el libertinaje de los escritos de lord Byron”.  Byron prestó oídos sordos a palabras nacidas de una piedad desaforada.  A mí – escribió el poeta-  no va a disuadirme ningún alboroto; su público de ahora me detesta, pero no conseguirá detener la marcha de mi mente, ni me impedirá decir a aquellos que intentan pisotear todo pensamiento, que hasta sus tronos se estremecerán desde sus cimientos”

La fascinación que desde pequeño había sentido Byron por la historia bíblica del hermano asesino quedó plasmada en esta tragedia.  ¿Cuánto de Byron hay en Caín?  Seguramente tanto como en otras de sus obras, escuchando al fratricida parece que escucháramos al malvado lord:

¡Y es la vida!...  ¡Trabajar!...
¿Y por qué debo yo trabajar?...
¿Por qué a tomar mi padre
su puesto en el Edén no se atreviera?
¿Qué culpa tuve yo?   Yo era innacido.
Yo no pedí el nacer, ni amo el estado
a que ese nacimiento me condujo.
Mas ¿por qué a la mujer y a la serpiente
Débil cedió?  ¿Por qué, ya que cediera,
 tiene que padecer?  ¿Qué mal había?
Plantado estaba el árbol.  ¿Por qué causa
para él no estaba allí?  ¿Por qué motivo,
no estándolo, lo puso allí tan cerca,
en el centro brotando, el más hermoso?
A todas las preguntas, una sola
 respuesta dan:  “su voluntad tal era,
 y él es bueno”.  Mas ¿Cómo sé que es bueno?
¡Qué!  ¿Tal vez porque se omnipotente
que es la suma bondad ha de inferirse
yo juzgo por los frutos (bien amargos)

Caín”
(Acto Primero – Escena I)

VII

Byron dejó Rávena y se trasladó a Pisa.  En Milán había conocido a Stendhal; en opinión del autor de “Rojo y negro”, Byron se acicalaba en exceso y concedía demasiada importancia a su figura.   Pero también escribió en sus memorias que cuando la conversación giró hacia temas literarios, los pensamientos de Byron “fluían más rápidamente que sus palabras y su expresión se liberó de toda afectación o gracia estudiada”  Los testimonios de Stendhal aportan valiosos datos, teniendo en cuenta la acuciosidad óptica del francés, sobre la personalidad del poeta; en una carta a Louse S. Belloc, fechada en 1824, dice Stendhal:  “Cuando ese hombre único estaba de buen humor y entusiasmado, revelaba sentimientos nobles, elevados, insignes, en una palabra, ala altura de su genio; en la vida diaria, sin embargo, me parecía de lo más vulgar porque traslucía grandes dosis de frivolidad mezquina, un miedo constante e infantil al ridículo y en ciertas ocasiones... esa mojigatería que los ingleses llaman cant”. En Rávena, había encomendado Byron a su banquero Pellegrino Ghigi el cuidado de su “Zoológico particular” (una cabra con una pata rota, un labriego, un pájaro parecido a una garza que sólo comía pescado, un tejón encadenado y dos monos feos y viejos).  Y naturalmente el cuidado de Allegra, quien aún permanecía en el convento de Bagnacavallo.  Esto incomodó a Claire Clairmont quien se sentía preocupada, pues, sospechaba que en el convento no la cuidaban adecuadamente.  Shelley intervino como mediador, pero Byron se negó a escucharlo.  Todo lo irritaba: la dieta rigurosa de galletas y agua carbónica a que se sometió para bajar de peso lo tenía histérico.  Pero lo peor llegaría en un lapso de dos meses y medio de aquel fatídico año de 1822.  El  banquero Ghigi le comunicó que Allegra tenía fiebres; el 20 de abril se le comunicó que la niña había muerto.  Es difícil imaginar los sentimientos que rodeaban la mente de Byron por la muerte de la menor de sus hijas.  Creo que no tengo nada que reprocharme –le escribió a Shelley- de mi conducta y ciertamente nada de mis sentimientos e intenciones en relación con su muerte”; un ligero escozor parece inquietar su conciencia cuando agrega:  “peor hay momentos en que me pongo a pensar que si se hubiera hecho esto o aquello podría haberse evitado”.

El cuerpo fue embalsamado y enviado a Inglaterra para que fuera sepultado en el cementerio de Harrow.  La paz temporal que logró Byron después de la muerte de su hija se vio interrumpida cuando sobrevino el naufragio de la nave en que Shelley se encontraba.   Acongojado, Byron escribió a John Murria: “Shelley era, sin excepción, el hombre mejor  y menos egoísta que jamás he conocida.  Nunca conocí a ningún  otro que no pareciera una bestia al lado suyo”.  En el naufragio murió también Edward Williams, un lugarteniente que vivía con la esposa de un compañero de armas con quien se había fugado;  Byron lo había conocido en Pisa y congeniaron de inmediato.  Los cadáveres de ambos fueron cremados y sus cenizas enviadas a Roma. Sobre las llamas se derramó incienso y vino; y mientras el cuerpo de Shelley ardía, Byron se echó a nadar hacia el “Bolívar”, anclado frente ala costa.  El sol le produjo graves quemaduras.  Esa tarde, como en una de sus tantas reacciones histéricas, se emborrachó.

Los cantos del “Don Juan”, una vez terminados, eran enviados a Murria, que siempre reaccionaba como si le hubieran clavado una daga:... “Os comunico  -escribió- que son tan desaforadamente escandalosos, que no los publicaría aunque me dieseis vuestras propiedades, título y genio incluidos; por Dios, revisadlos”.  Esos cantos, leídos con los ojos y la mente de hoy día, no nos parecen hoy más agresivos ni más sensuales que el resto del poema.  Murria sabía que Byron tenía muchos enemigos y estos habían crecido en número después de apabullar  a Southey escribiendo un poema satírico contra sus obras “La visión del juicio”.  Byron era apasionado en sus amores, pero mostraba la misma pasión para destruir a sus enemigos y, para ello, contaba con la mejor arma: su genio.  A finales de Marzo de 1823 terminó el canto 15 de su “Don Juan”.  Pero no nos adelantemos;  en el otoño de 1822 se mudó a Pisa donde un nuevo periodo de adelgazamiento lo debilitó, desmejorando su estado de salud.  Un grupo de ingleses, capitaneados por la bella e ingeniosa lady Blessington, su esposo, su hermana y su joven amigo el conde de D’Orsay lo sacaron de una de sus crisis de tedio.  Lo que lady Blessington escribiera en su diario nos da un retrato del Byron que ya estaba bajo el signo de la muerte:...

Hay mucha plata entre los rizos oscuros de su cabello sedoso; y aunque ya se retira de sus sienes, dejando su frente desnuda, crece con abundancia en los lados y en la parte posterior de su cabeza..   Su voz y su acento son particularmente armónicos, aunque algo afeminados; y su pronunciación es tan clara que, aunque su tono general al hablar es bajo, no se pierde ni una palabra.  Su risa es musical, peor la prodigo escasamente durante nuestra [primera] entrevista”   Pero lo que era inobjetable, es que la enfadaba la libertad que se tomaba Byron para discutir temas que incluso los amigos consideraban demasiado delicados. En Londres se fundó por ese entonces el Comité Griego; Byron no dudó en afiliarse al grupo y fue una forma de salir de su aburrida rutina, pues lady Blessington y su grupo regresaron a Inglaterra.  Este capítulo de Grecia es el último capítulo de la vida de Byron.  Tomó la causa porque siempre su preocupación por los desvalidos no cesó nunca.  Nunca lo hizo por intereses personales ni económicos como se lo hiciera Heinrich Heine (Cuya obra respeto y admito) quien escribiera en “El Mar del Norte” dos años después de la muerte de Byron:...  Byron es un hombre que mantiene una oposición frontal a Scott, y que en lugar de lamentar como aquél ocaso de las viejas formas,  llora amargamente porque todavía quedan algunas en pie; querría derribarlas como un revolucionario, a sangre y fuego, y llevado por su furia destructora consigue inficionar con su veneno melódico las flores más sagradas de la vida, y como si fuera un arlequín enloquecido se clava un puñal en el corazón con risa burlona y ve salir su sangre negra a borbotones cayendo sobre hombres y mujeres.  A decir verdad, siento dentro de mi en este momento que no soy un imitador de su lado oscuro: mi sangre no es tan negra como la suya, y mi amargura proviene de las agallas de mi tinta”.  Debe agradecer Heine que el malvado aristócrata estuviera muerto, porque de no ser así hubiera recibido de su propia medicina, pero en dosis más letales.  Las palabras del poeta alemán suenan a aquel que presume de valiente gritándole al muerto, “levántate cobarde”.  Por afectación Heine adoptó como año de su nacimiento el 1800, para poder denominarse “primer ciudadano del siglo”.  Durante el período inicial de su vida la ciudad natal del futuro poeta formó parte del imperio napoleónico.  Heine, que era judío –pueblo que recibió entonces, como regalo de la Revolución, los derechos civiles gracias a los cuales viose libre de su confinamiento en los ghettos-, conservó a lo largo de toda su existencia un profundo reconocimiento hacia Francia, la Revolución y Napoleón, a quien adoró de una manera muy distinta a la de Goethe:  éste veía en el emperador a un César de la Antigüedad, en tanto Heine lo consideró un libertador.  Siempre se sentía, Heine, cómodo con los regímenes que le eran favorables, como el de Luis – Felipe, del que recibió una pequeña pensión, que aumentaba la renta heredada de su tío banquero.  Este último ejemplo basta para acallar al autor de “Lutetia”.  Libre el camino de palabras gaseosas y ligeras, concluyamos diciendo que Byron partió a Grecia el 15 de Julio de 1823; fue ese viaje a la eternidad, a la inmortalidad:  entre la gran comitiva que acompañó al poeta estaban sus perros (un bulldog, Moretto, y un Terranova, Lyon) ye l siempre omnipresente Fletcher.  Ya en Grecia, Byron se dio cuenta de que la situación en Grecia era extremadamente confusa; los griegos estaban divididos en facciones, cada cual más celosa de la otra.  Aun con todos estos inconvenientes prestó cuatro mil libras para pagar la flota y públicamente fue un importante propagandista de su causa.  Se estableció en una casa grande cerca de los mercenarios a quien a causa de las discrepancias, podía instruir.  Las condiciones de la ciudad, húmeda y pantanosa, no eran las adecuadas para su salud; aun así, Byron se sentía feliz de hallarse inmerso en acontecimientos que lo sobrepasaban.  Desde su último trabajo continuado en el “Don Juan”, hacía ya meses, no había escrito prácticamente poesía; pero la víspera de su cumpleaños, cansado y sintiéndose mal, pero consciente de que estaba en Grecia y en armas por la causa de la libertad, comenzó un nuevo poema.  El poema fue entregado al coronel Leicester Stanhope, un agente del Comité Griego de Londres.  El poema era casi una invocación a la muerte:

Deberás permanecer, corazón, en tu quietud,
ya que el mundo que circundas no se mueve:
se bien que ya no puedo ser amado,
pero deja, corazón, que ame todavía.

Ya mis días se deshojan como hojas amarillas;
del amor, ya sus flores y sus frutos se han marchado;
y en mi pecho agusanado y tumorado
 el dolor es sólo mío.

El fuego, ardor en mi pecho, es isla solitaria
donde antorcha alguna no prende con su ardor:
 yace inextinguible una pira funeraria.

Prohibido estoy de devenir de la esperanza,
del temor, del cuidado de los celos, del sufrir,
del amor en su poder a pesar de los grilletes
 que sujetan mi VIVIR.

¡Oh! Espíritu terrígeno ¡Oh! Mente celestial,
no dejes que opacos pensamientos se postren en  mis fuerzas, ahora que la frene de los héroes
se ciñe en los laureles de la gloria.

El sable que atraviesa, la bandera que flamea,
la campaña, que agota ven la gloria, ven la Grecia. 
Nunca fue más libre el Espartano
ni más firme el escudo que ennoblece.
Grecia está despierta,
 como despierto está mi espíritu
pensando en la sangre de aquel
que otea el horizonte,
de regreso a la patria
 después de haberla libertado.

¡Oh! Humanidad, indigno es de tal naturaleza
 destruir las ilusiones de aquellos
que renacen a la luz de un nuevo día.
¡Oh! Cuánta indiferencia se cuece
en y barro,
dejando atrás sola a la belleza.

¿Para qué vivir añorando juventud?
Bajo mis pies está la muerte honrosa.
Sube al campo, sube,
 y deja que tu aliento se pose en la llanura.

Busquemos la tumba del soldado
y elijamos un lugar donde morir,
y después, entreguemos al descanso
 nuestro cuerpo

*La traducción y la versión libre es mía.

Este noble poema, escrito en su último cumpleaños, es el penúltimo que escribió; la pluma se detendría en el aire y haciendo un signo respetuoso, esperaría el cuerpo de aquel que la había engendrado; no tendría que esperar mucho.

El 09 de Abril de 1824 comenzaría su Vía Crucis.  Después de montar a caballo, bajo un lluvia torrencial,, cayó en cama; los médicos que lo acompañaron en sus últimos días parecían carniceros más que doctores.  Fue sometido a reiteradas sangrías que finiquitaron con su muerte: eran las seis de la tarde del 19 de Abril.  El dolor que causó la muerte de Byron entre aquellos que lo admiraban y lo querían debió ser tan grande como la alegría de sus enemigos: las sabandijas, los escorpiones y todas las alimañas rastreras podían dormir tranquilos.

VIII

El cuerpo fue embalsamado y llevado a Inglaterra; Fletcher, el criado fiel de Byron durante veinte años, se encargó de sus cosas: vestidos y papeles personales.  Grecia toda lloraba a su héroe cuyo nombre era casi hierático para ellos y cuya reputación ha sobrevivido hasta hoy.  Cuando se dio la independencia de Grecia se cambiaron los nombres ingleses de las calles, pero hay uno que se conserva como un patrimonio helénico: casi todas las ciudades tienes su “Odos Byronos”.

Una caja que contenía el corazón del poeta fue enterrada con gran ceremonia en la iglesia de San Spiridones, en Messolonghi, después de un responso oficial, al que espontáneamente sirvieron de eco casi todas las ciudades y pueblos de Grecia.  El 2 de Mayo el cuerpo salió de Missolonghi con destino a Inglaterra donde fue sepultado en Hucknall Torkard.  No vale la pena relatar los afectos o la indiferencia que provocó su muerte entre los ingleses, pero si cabe recordar algunas líneas de la cata que Pushkin envió a Vyazemsky en 1824 al enterarse de la muerte de Byron:... “A ti te ha entristecido la muerte de Byron, a mi sin embargo me parece un día grande para la poesía.  El genio de Byron se iba desvaneciendo a medida que se le escapaba la juventud...  Cuando alcanzó la madurez, la edad viril, siguió cantando, y enmudeciendo poco a poco: ya no volvería a ser el mismo”

Byron no tuvo los recursos espirituales que encontramos en los poemas de Keats, ni la singular dulzura de las estrofas de Shelley, pero tuvo algo difícil de encontrar en un escritos a excepción de Wilde, la fuerza de carácter que necesita la valentía para cargar contra la hipocresía y el despotismo de una sociedad burguesa farisea y corrompida.  Byron no midió sus fuerzas; no era el de la estocada sutil que araña la piel y deja visible una escara, sólo dejaba  la empuñadura del sable a la vista.  Desde que dejó Inglaterra se convirtió en el satírico más agudo de su época.  Al enterarse del suicidio de un seudoliberal a quien tenía inquina, escribió un cruel epigrama de un periódico:

¡Así que al fin se ha cortado el cuello!  ¡Él!  ¿Quién?
El hombre que cortó el de su país hace mucho tiempo.

Al otro le escribió su epitafio con una agudeza que sólo se compara con la del maestro de los epigramas, Oscar Wilde.

Condenado al abrazo de la muerte,
 bajo esta losa fría, él
que mintió en la iglesia,
 ahora yace en la abadía.

Quien se atreve a despreciar a Wellington por Waterloo y publicar versos que estaban en contradicción con la mayoría de los sentimientos religiosos de la época, crea a su alrededor una atmósfera adversa; era tal su reputación que cuando anunciaron una vez su nombre en los salones de Mme. De Staël, una dama inglesa, novelista, se desplomo sin sentido.

He querido sintetizar la vida y la obras de Byron, poeta querido y admirado desde mi adolescencia.  Me parece que fue a los catorce años cuando leí una frase de él que me ha acompañado siempre y que repito siempre a mis alumnos.  “Estoy con ellos, pero no soy uno de ellos”.  Soy anárquico y radical en mis decisiones; jamás retrocedo cuando doy el primer paso; es cuestión de temperamento, se nace así y se muere así, de ahí que parafraseando al autor de “Childe – Harold” diría “Estoy con Byron y Wilde porque soy uno de ellos”.